lunes, 17 de mayo de 2010

Conviene adaptar a Philip K. Dick

Una especie de falacia que ha protagonizado DOS de los trabajos que he presentado en el Master...
Aquí, la versión sintética (y peor redactada):

Conviene adaptar a Philip K. Dick al cine. Y no porque sea uno de los escritores de ciencia ficción más importantes del siglo pasado, base de aclamados filmes como Blade Runner, ni porque de algunas de sus obras hayan sido grandes éxitos de taquilla, como Desafío Total o Minority Report. El primer motivo aboga solamente al “prestigio” de una obra adaptada, ya sea por sí misma o gracias a una fuente de la que mana la “categoría”, y el segundo al aparato industrial, económico, indispensable para que se haga cine. Son parciales y, aunque pueden animar a un productor, limitados. El motivo para adaptar a Philip K. Dick es completo.
¿Qué es la adaptación? Según José Luis Sánchez Noriega en su libro De la literatura al cine, se trata del “proceso por el que un relato (…) deviene mediante sucesivas transformaciones en la estructura, en el contenido narrativo y en la puesta en imágenes otro relato muy similar expresado en forma de texto fílmico”. Pero este proceso es aplicable a cualquier relato. ¿Qué es lo que hace que los de Philip K. Dick sean preferibles?
La clave se encuentra en lo que es la buena adaptación. ¿Según qué criterio? Huyendo de la fidelidad como regla mágica, algunos autores ofrecen ideas mucho más interesantes. Dudley Andrew, cuando dice que “toda película (…) adapta una concepción anterior (…) [Pero la] adaptación delimita la representación insistiendo en el estatus cultural del modelo”, abre una puerta magnífica: La adaptación y la “creación” son lo mismo, en ambos casos se adaptan contenidos anteriores, pero en un caso se hace de forma natural y en el otro explicitando el referente en el que se basa. Hace falta pensar poco para darse cuenta de lo que ello implica: La buena adaptación será la obra que, sin “traicionar” la fuente, tenga calidad por sí misma. La obra que funcione, que tenga calidad y en la que se respire la marca de su autor.
¿Qué ofrece Philip K. Dick en este campo?
Citaré solamente a Thomas M. Disch. “Dick tenía grandes ideas, (…) pero no se le aplaude por la exquisitez de su estilo (…) [que] muchas veces es tan cojo como Quasimodo” aunque “las carencias estilísticas de Dick podrían convertirse en virtudes para sus colegas puesto que, con mucha frecuencia, les permite coger el balón donde a él se le cayó de las manos y culminar la carrera con un ensayo.”
¿No está ya todo dicho? Recordemos, pese a todo, a Hitchcock conversando con Truffaut. El genio británico explicaba que solamente tiene sentido adaptar obras “incompletas”, que no han adquirido su forma definitiva, quedándose con la idea y olvidándose de lo imperfecto. Y Philip K. Dick tiene ideas estupendas pero un estilo cojo. Sus obras son el material perfecto para ser adaptado, según los criterios ya mencionados, puesto que tienen un prestigio que empapa el producto final y ofrecen todas las facilidades para que un autor pueda tomarlas, quedarse con sus buenas ideas, darles un toque personal e hilar una obra con calidad por si misma. Y si el autor es un Spielberg, asegurando el éxito económico.
Visto esto, ¿Quién puede dudar de que conviene adaptar a Philip K. Dick al cine?

domingo, 9 de mayo de 2010

LL LL

¿Qué? Sí, yo una vez me había enamorado de una chica, sí. ¿Qué? No, no. No sé cómo se llamaba. Me cuesta mucho recordar, ya lo sabes. El accidente. Espera. No sé, a lo mejor la conoces. Era alta. Sí, alta. O, espera. Era bastante menuda. Muy delgada. O no, no tanto. Espera, espera, espera que haga memoria. ¿Físico de deportista? ¿Piernas torneadas por el ejercicio? No lo sé. Pero sí me acuerdo de que tenía un cuerpo lleno de curvas. O solo algunas. Aunque, si me haces pensarlo mejor, recuerdo que era seca como un palo. Delgada y huesuda. A nadie más parecía gustarle. Excepto a mi amigo, ¿Como se llamaba? Ese que también estaba gordo. Hace años que no le veo.
Pues le gustaba la chica delgada, con el pelo muy muy rizado. De voz siempre afónica, creo. No estoy seguro. Quizás me equivoco, me parece que tenía una voz normal, quizás suave. ¿Sabía hablar francés? ¿Le costaba pronunciar alguna letra? Y, ahora que lo pienso, quizás sí le gustaba a más gente. Quizás era muy guapa, sin rizos, sino con el pelo largo y rubio y los ojos azules. O, morena. Muy morena. Pero largo y liso.
Estoy muy confuso. Sí, sí, gracias, me estoy acalorando. No, no te lo lleves, masticaré los cubitos. Sí. Me parece recordar que era pelirroja. La cara llena de pecas y... ¿Es posible que tuviese una nariz enorme? ¿Ojeras profundas y perpetuas? ¿Dientes amarillentos? No, no. Era una gran cicatriz en la mejilla, que brotaba de la comisura del labio. Pese a todo, no me importaba: Esa chica me gustaba mucho.
¿Cuando? Qué preguntas tan dificiles. Sabes perfectamente que me cuesta recordar. Creo que empecé a enamorarme en un trayecto que hicimos juntos en autobús. Coincidimos, yo iba a ver a mis amigos... ¿Y como nos conocíamos de vista, charlamos? Ay, no sé. Me parece que hablabamos, y que mis chistes le hacían gracia. ¿Sabes que era muy chistoso, antes del accidente? Todos me lo dicen. De pronto, se rió. Y, como en una película paródica, el tiempo se ralentizó como parece imposible que lo haga, y todo el mundo desapareció menos ella, y su risa, y sus dientes blancos y su pelo dorado. La luz se reflejaba en esa melena de una forma impresionante. Aunque, por otro lado, creo que estábamos casi a oscuras. ¿En una discoteca? Yo estaba borracho como una cuba, nervioso por mi constante ansiedad social. Y entonces... entonces creo que me prestó sus lápices de colores, para que pudiese hacer los deberes de inglés. Siempre fui olvidadizo, incluso antes de que me ocurriese nada raro.
Si no me equivoco, bailamos. Una especie de extraño vals agarrado, aunque la música era pop de principios de los noventa. Más bien, pachangueo de ese que odio. Pero estaba ella, y bailamos un poco, y hasta me abrazó. Pasé meses sin hablarle, por vengüenza. Me dijo que por navidad no le hacía falta otra cosa que yo. Que no tocasen mis dibujos, que lo estaba haciendo muy bien. No, no es nada. Me he mareado. Se me arremolinan ideas y recuerdos. Sí. Sí, gracias. También con cubitos esta vez.
Ah. En fin, estaba muy enamorado. Intentaba pasar mucho tiempo con ella. Qué chorradas que hice. Qué molestias me tomé. Cuantos quebraderos de cabeza... ¿Que si se lo dije? ¡Claro que sí!
¿O quizás no?
¿Creo que se enteró? ¿Le escribí un poema? ¿Le hice un regalo? ¿Nunca llegué a hablarlo con ella? No sé. No sé.
De verdad que no lo sé. Al final, me dijo que me confundía. Que éramos solo amigos y que ella suele tratar a todo el mundo así. Más bien, dejó de relacionarse conmigo. Me ignoraba. Se dedicó a humillarme: Debía demostrar que, aunque, como sabían todos, me gustaba a mi, ella no sentía el más mínimo aprecio por ese marginado, ese chico tan raro. El gordo. El listo. El friki. ¿El calvo? ¿Ya estaba calvo entonces? Supongo que sí, parece ser que pierdo pelo desde los catorce...
¿Cambiar de tema? Yo no cambio de tema. Simplemente, ya lo sabes, no solo me cuesta recordar, sino también concentrarme. Sí, todo desde que tuve el accidente.
¿De qué hablas? ¿Qué estás diciendo? ¿Que no sufrí ningún accidente? ¿Que, simplemente, no quiero recordar?