Esta mañana estaba decidido a transcribir el sueño que he tenido. Evidentemente, ya no recuerdo la gran cantidad de detalles que había, pero sí se me han quedado los motivos básicos por lo que lo quería compartir: Un simbolismo tan clásico como evidente.
Después de un viaje en familia (sueño con viajes cuando tengo que hacer trabajos y cosas por el estilo), en el que mi hermana era un bebé y mis padres estaban extrañamente risueños (y más en un road trip de estos, que les ponen de los nervios), llegábamos a un lugar que resultaba ser francófono. Vamos a una farmacia, a comprar unos plátanos para comer, y a continuación vamos al hotel. A Santiago y a mí no nos gusta la habitación que nos dan, pero en fin, salimos un rato creo que a comprar cómics, pero no estoy seguro, y Santiago vuelve antes que yo. Cuando yo regreso, me dice que ha encontrado otra habitación. No tiene número, por lo que no hace falta tarjeta para entrar, y es grande y lujosa.
Hacia la mirad del pasillo de nuestro cuarto (que está en la esquina), algo más allá del mostrador (porque hay uno en cada piso, tipo hospital), hay una especie de distribuidor largo, con dos puertas. Una a medio trecho y una, doble y abierta, al final. Esa es la del cuarto que Santiago nos ha conseguido. Grande, con unos acabados lujosos, blancos duros y brillantes (nada que ver con la moqueta húmeda y los tonos apagados del cuarto que nos había tocado). La cama, aunque es de matrimonio, es una maravilla. Me preparo para dormir, en calzoncillos, porque es verano. Santiago ha cerrado la puerta con pestillo, y nadie sabe que estamos allí, ni siquiera nuestros padres profident. A mi me da cosa, y no me habría atrevido a hacerlo, pero el Santiago decidido ha buscado el cuarto, lo ha preparado todo y me ha convencido de ir.
¡Qué cama tan cómoda!
Pero, tumbado para dormir (lo normal sería que Santiago también estuviese en la cama, pero no) empiezo a oir ruidos raros. Gruñidos. Gemidos. Golpes en la madera.
Santiago, que no sé dónde está pero está cerca, me cuenta que parece ser que en ese cuarto cerrado que hay en el distribuidor vive encerrada la hija retrasada del rey de Francia. Veo la puerta, doblándose, como de goma. En la rendija que queda, se ve una mano como la de ET pero con piel finísima, empujándola con los dedos como ramas bulbosas. Gruñe y gime como un grotesco retrasado mental de película. La luz de su cuarto es rosa, hay algo de vapor, y hay algo de sexual en ella. La tienen ahí encerrada porque no quieren que nadie la vea, es secreta. Y ella intenta escapar, pero no puede. Su presencia es enorme, como la de un lémur gigante, un monstruo encerrado, una especie de dragón blando, idiota y con olor a melocotón.
Como ya sé qué es, duermo tranquilo. No se me ocurre preguntarme como es que Santiago sabe todo esto, especialmente si es un secreto de la realeza francesa.
A la mañana siguiente, despierto con Santiago en la ducha. Sale de ella, vestigo y repeinado, y anuncia que se marcha a ver qué hacen nuestros padres. Quita el pestillo y se va. Me dispongo a ducharme, me quito los calzoncillos, cuando caigo en la cuenta de que no tengo ropa para después de la ducha. Incluso los calzoncillos que me acabo de quitar han dejado de existir.
Me enfundo en el albornoz y salgo, pasando por el lado de la puerta cerrada, hasta llegar al mostrador de la planta, donde una guapa recepcionista me atiende con una candidez enorme. Me abre la puerta del cuarto donde se supone que debía dormir, y donde está la maleta. De hecho, me da la llave magnética. No sospecha que he dormido donde no debía.
Pero, cuando entro en el cuarto con número, encuentro dentro a Santiago... Y a un hombre idéntico a Oscar, pero vestido de detective. Tiene a Santigo cogido por el hombro, y con la mano que tiene libre, me muestra su cartera con la placa. Pese a que tiene el aspecto de Oscar, no es él, y solo lo reconozco ahora que estoy despierto. En ese momento era un detective de la policía muy enfadado y que nos había pillado. Y yo ya no estaba en el cuarto con número, estaba de nuevo al lado de la cama de matrimonio de la cama que no debía, sin ropa, solo con el albornoz. El policía seguía con Santiago en una mano y la placa en otra. Me informaba de que la habiamos líado. Que la hija retrasada del rey era un secreto de la monarquía francesa, y que por ver su cuarto, ibamos a ir a la cárcel. Mientras hablaba, veía de nuevo la mano grande y nudosa empujando la puerta medio de goma, con sus vapores, sus olores afrutados y su luz rosa. Cuando el poli acabó de hablar, me desperté.
Normalmente me despierto en momentos de tensión de los sueños, cuando estoy acorralado, pero esta vez me he despertado con ganas de saber qué pasaba. Me he maldito a mi mismo por despertarme siempre en estos momentos. Pero, pensándolo, este sueño ya me lo ha dicho todo. Y el simbolismo básico está claro, en un sentido básico de la mente freudiana:
Yo soy... bueno, el ego.
Este Santiago es una manifestación de las pulsiones que mi subconsciente no consigue controlar, y toda la zona donde vive encerrada la hija monstruosa, con sus habitaciones adyacientes, es el subconsciente lleno de monstruosas pulsiones que, en este caso, tienen un claro componente sexual. Y el detective es el superego, claro.
Curioso que el superego no hayan sido mis padres, idiotizados en este sueño, ni un profesor (bueno, Oscar fue mi profesor, pero es basicamente mi amigo... Y en este caso no era él, solo era su físico), y que en cambio Santiago venga a ser un guía "negativo". De algún modo, es la parte de mi ego que está en la frontera del id, donde a veces hay fugas.
Y me ha faltado mi típico psicopompo positivo, encarnado siempre en hombres negros estereotípicamente (y hasta racistamente) africanos, perfectos ejemplos del "magical negro".
Podría entrar en más detalles, como por ejemplo que ese día el dedo de ET se había sexualizado porque había leído una broma en la que se decía que lo había usado para poner huevos en Elliot, antes de largarse, pero da igual. El caso es que era un sueño importante (como todos mis sueños importantes, tiene olfato y tacto) y por eso me ha impresionado al despertarme aunque no lo hubiese entendido.
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