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miércoles, 13 de julio de 2011

Warming

Otro sueño.

Llego, de traje y corbata, al nuevo piso. Es una fiesta de inauguración, y los demás ya estaban allí, amigos y conocidos, circulando, charlando. Un par de mis amigos más cercanos están juntos, y uno me indica que ella está en una esquina.
La veo, sentada. Lleva el vestido negro, los zapatos de tacón y el pelo recogido.
Me acerco a ella, y me dedica una mirada vacía, dirigida al espacio a la derecha de mi cara. No sé cómo hablar con ella. La ayudo a levantarse, tomándole la mano. Mientras le digo que me alegro mucho de verla después de tanto tiempo, y como no reacciona ante mi evidente intención de besarla para saludarla, acabo besando sus nudillos.
"¡Idiota!" me digo "¡Va a pensar que eres un loco obsesionado!"
Y, efectivamente, se aleja incómoda a hablar con uno de mis amigos.
La sigo, le pregunta a al amigo en cuestión si ahora que ya he llegado yo y la fiesta ha empezado oficialmente, y por lo tanto, la inauguración ha sido oficial, se puede ir. Tiene otra cosa que hacer, y otra gente con la que estar, ya se había comprometido.
Mi amigo le dice que espere un momento, y ella se queda de pie, impaciente, sin mirarle ni a él ni a nadie. Juega a algo en el teléfono.
Comento que hace calor.
Ella, sin apartar la vista de la pantalla, me dice que si quería estar fresco, venir a la fiesta con corbata y manga larga no ha sido buena idea.
"No te preocupes," contesto "que me puedo arremangar... Y sabiendo como soy en las fiestas, en un rato la corbata pasaré a tenerla aquí" -y me señalo la frente.
La única mirada que me dedica en toda la noche. La única vez que tiene el rostro relajado. Se ríe de mi pequeña broma. Pronto, se siente incómoda de nuevo y se dedica al juego otra vez.
Hablo con otro de mis amigos. De pronto, el primer amigo da permiso a la chica para que se vaya: la inauguración -no sé exactamente por qué- ahora ya se ha completado de verdad.
Se marcha, aunque le pido que espere, que hace mucho que no nos vemos y que echo de menos hablar con ella.
Poco después la sigo afuera.
El piso está en un hotel. La veo, al fondo, más allá de las paredes transparentes que limitan el restaurante de lujo de este hotel.
La sigo, me cruzo con personalidades del mundo periodístico -no sé si reales o inventadas para el sueño- y a penas logro ver como ella se marcha por la puerta trasera, corriendo.
Salgo a la calle, y la veo, al fondo, huyendo a la carrera hacia su otra cita.
Camino por esta calle grotescamente blanca, intentando alcanzarla. Desaparece, no sé por dónde ha podido marcharse.
Empieza a llover, una lluvia caliente y poco intensa. He perdido su rastro entre una farmacia, con sus señales luminosas, y el neón de un restaurante chino, el lugar donde nos presentamos al conocernos.
La busco, no la encuentro, hay gente que camina pero ninguna es ella. Pasa una ambulancia.
Por el comunicador de pulsera, mi amigo me dice que ella ya se ha ido, que me olvide, que vuelva a la fiesta, al nuevo piso.
"Es curioso" le digo "pero con estos neones, y las luces de la farmacia, y el ruido y las luces de la sirena, y la lluvia... esto es como Blade Runner"
Y las palabras de mi amigo tienen sentido en mi cabeza, y la tensión que llevaba atenazandome el pecho desde el principio del sueño se disipa, y me alegro de la fiesta, del piso, de mis amigos y del escenario Blade Runner.
"Ya se ha ido, olvidala" me llena, como un bálsamo, como un té caliente en un día helado. Disfruto del momento y de la lluvia tibia, y del masaje que conlleva este consejo. "tiene sentido", me digo a mi mismo.

Y desperté con el ruido de un club de pájaros estruendosos y un anticuado camión de la basura italiano, sintiendo todavía el regusto de esa sensación.

domingo, 27 de febrero de 2011

Frenadol




"*Achís* *tos, tos, tos*"
"Uy, ¿Te has resfriado?"
"Parece que sí"
El hombre del anuncio, mirando hacia la pantalla, habla con su pareja. El resfriado no es problema, se tomará un Frenadol, y listo.
Más allá de la pantalla, en el salón en penumbra, el chico suelta, entre dientes, un solo "je". La chica le oye, pese a lo ténue que ha sido el sonido: tiene la cabeza apoyada en el hombro del chico. La mano de ella, que había reposado sobre la de él, se desliza un poco, para acompañar sus palabras. Una caricia, la versión íntima de tocarle a alguien en el hombro con un dedo para llamar su atención. Con la mirada todavía en la pantalla, pregunta.
"¿Qué te hace gracia?"
"Nada, una chorrada." Él tampoco la mira a ella, y tras un instante de pausa, prosigue. "Es por los actores de doblaje. Él tiene la voz de Ángel y ella la de Buffy".
Ella sonríe también.
"¡Es verdad! No había reconocido a Ángel."
"Je, no me extraña... ¡Con lo bien que te cae!"
Sonríen. Vuelven a mirar la televisión, en silencio.
"¿Esto del Frenadol será verdad?"
"¿El qué?" pregunta él.
"Que sea tan efectivo. Porque..."
Él la interrumpe, riendo. "El odio que le tienes a Ángel es realmente patológico, ¿Eh? ¡Hasta desconfías de un anuncio con su voz!
Ambos ríen de esta broma privada.
"En todo caso, yo no me fiaría." Acaba ella, arqueando un poco la espalda con gesto perezoso. "Que te digan que es verdad no tiene por qué significar que lo sea."
Está medio tumbada el el sofá, con una pierna expuesta y la otra cubierta. Se estemece por una ligera corriente de aire frío, y la oculta. Suspira sin darse cuenta, de relajación, atenta a la televisión.
Él vuelve su mirada hacia ella. La mira.
"¿Qué?" pregunta ella tras unos instantes.
"Nada, que me alegro"
"¿Te alegras? ¿De qué?"
"De esto. Del sofá, de nosotros... De tu mejilla sobre mi hombro, de respirar y sentir el olor de tu pelo. De todo en general. De que sea verdad."

lunes, 20 de diciembre de 2010

Epi y Blas [ReFlogged]




(Artículo, polémico, publicado originalmente en Fotolog el 14-I-08)


Todos los conocemos. Epi es el naranja y Blas el amarillo. Me gustaban mucho de pequeño y, bueno... Los he redescubierto de adulto viendo "Juega conmigo sésamo" con mi hermana pequeña. Sus sketches son de los más adultos del programa, y a veces incluso me hacen reir! Eso se agradece cuando tienes que tragarte una hora de muñecos que, por mucho que me gusten visualmente los teleñecos (y me encantan), acaba siendo aburrida...

Resulta que Epi y Blas comparten piso... Y el imaginario popular ha decidido que son una pareja gay. No voy a intentar dar pruebas a favor ni en contra, aunque creo que Blas es demasiado soso como para sentir atracción por nadie, pero hay algo que me llama la atención sobre estas representaciones paródicas de Epi y Blas como gays... Blas es siempre un personaje dominante, a veces incuso maltratador o muy agresivo. ¿Es que, para parodiar, no se han mirado nunca los sketches originales? Blas es un ser soso que encuentra placer en temas como los desayunos, las palomas, los clips para papel o las cenefas. Un personaje sin iniciativa que, o rechaza el contacto humano (cuando está ocupado) o depende de los demás, buscando su aprovación o siguiendoles el juego. Es más, Blas es bastante limitado intelectualmente, comparado con su compadre Epi, por mucho que sus gustos grises y aburridos hagan que parezca más adulto. Pero quizás este sea el elemento que hace que lo representen como dominante... Parece más adulto y, bueno, tiene mucho vello facial, un portentoso unicejo, que frunce a menudo mostrando expresiones de agresividad o enfado que muy poco teleñecos son capaces de mostrar.
Por otro lado, Epi es agradable y habla entre susurros, no tiene la medio estridente- medio nasal voz de su amigo Blas, y es siempre amable y simpático. Y también es, cuando le conviene, un manipulador y un egoista, haciendo que Blas haga el trabajo sucio (aguantar las cosas pesadas cuando explica la diferencia entre pesado / ligero) o ignorándole para salirse con la suya. Además, le gusta mostrar este poder sobre Blas, haciendo largos juegos como el de adivinar partes del cuerpo cubriendolas con calcetines o no dejar que Blas lea un libro por tocar la batería, obligarlo a imitar ritmos y, al ver qu elo consigue ir haciendolos cad avez más complicados hasta hacer uno imposible... que consigue imitar. En ese momento, Epi deja la batería... Lo que quería era molestar a su amigo.
Por otro lado, sí que son amigos, Epi no pude dormir "si Blas no está". Pero sus personalidades son claramente las opuestas a las de las parodias...
Una escena de cama entre Epi y Blas sería:

(Epi y Blas, en la cama. Blas lee un libro)
Epi: Blas, acércate...
Blas: No, Epi, estoy leyendo este libro sobre líneas rectas.
Epi: Venga, será muy divertido.
Blas: ¡No, Epi, déjame leer!
Epi: Mira, lo primero que haremos será esto.
Blas: ¡Aparta! ¡Te he dicho que no!
Epi: ¿Quieres jugar?
Blas: ¡Quiero leer mi libro!
Epi:¿Haremos como que te resistes, vale?
Blas: ¡Para ahora mismo! ¡Déjame!
Epi: Lo haces muy bien, Blas. Parece que te estés resistiendo de verdad.
(Blas sigue quejandose y Epi lo ignora.)
Blas: ¡Que pares! ¡Te he dicho que no quiero jugar!
(Finalmente, Epi termina)
Epi: Oh, qué pena. Ahora te tocaba a ti, pero si no quieres jugar...
Blas: No, espera, ahora que ya estabamos...
(Epi se da la vuelta y se cubre con la manta)
Epi: Buenas noches Blas, hasta mañana.
Blas: ¡Epi! (Le da un emujón, para despertarlo) ¡Epi, despierta!
(Blas mira a la camara y suspira, exasperado. Fin del Sketch.)

Así que ya lo sabeis. No os fieis de los muñecos naranjas y de aspecto inocente.

Se despide, aburrido a media tarde, Carlo Gallucci

martes, 7 de diciembre de 2010

Ya sé kung fu. Guiño guiño.

Facebook tiene anuncios infames, entre los cuales los que son fotomontajes extraños y rusas semidesnudas para promocionar tests de inteligencia. Pero, más allá de estos clásicos, a veces se encuentran extrañeces independientes.
Hace unos minutos, facebook me ha anunciado... esta cosa.



Un taller de... ¿Kung fu sexual?

Repitámoslo lentamente. Kung fu sexual.

Mi mente podrida de dibujos animados invoca, al instante, la sonrisa bobalicona de Hong Kong Phooey, pero incluso sin esa imagen mental la cosa suena bastante rara. Pero, qué sé yo, a lo mejor es sólo un titular para captar la atención. Conmigo ha servido, al menos, para que me fijara en el anuncio... Y, para empezar, que intentase descifrar la imagen que lo acompaña. En un primer instante, he pensado en las flores negras / alcachofas que hacen de portada a un disco de Massive Attack, pero luego he visto que no, no eran flores, sino una extraña simetría grisácea, una especie de raro arabesco. He desviado la mirada hacia el texto, satisfecho con esa mediocre explicación, para leerlo.
Como no soy capaz de procesar los números con naturalidad, lo primero que he identificado han sido los elementos "maestro en sexualidad taoísta" y "Jerónimo García". Cuando leo "maestro en sexualidad taoísta" pienso en una especie de shaolin/dalai lama de paisano, un poco como el ridículo chino de Vivesoy. Un señor Miyagi que aparece con aires venerables a explicar, con un español roto e impreciso, cosas sobre concentración y disciplina en el sexo. Pero... ¿Este duende tortuga se llama Jerónimo García? Como el whisky del país, no me da buena espina. Del docto Yoda de carne y hueso, la imagen mental evoluciona hasta un melenudo hippioso que admira la cultura oriental o, aún peor, un friki gordinflón y desaseado que ha profundizado en el sexo taoísta.

Se trata, claro, de lo que yo llamo "efecto restaurante chino", en el que los camareros de un chino deben ser asiáticos aunque su origen se encuentre media asia más allá del de los platos que sirven. Si alguien me va a hablar de sexo taoista, mejor que sea un chino bajito. Si no, no me fío, espero una versión adulterada, o del todo inventada, de alguna clase de filosofía vagamente orientalizante pensada para sacarle el dinero a pobres inocentes preocupados por su vida sexual que, incapaces de encontrarle soluciones en el ámbito occidental, buscan respuestas en la vana magia de Fu Manchú.

Pero, al margen de esto... ¿Qué será el Kung Fu sexual? Porque yo, al menos, relaciono el Kung Fu con estilos de lucha basados en movimientos de animales. ¿Será sexo imitando también estos movimientos? Porque entonces ya aviso: paso del estilo mantis.

¡Pero, pese a todo, esta idea animalesca no tiene en cuenta que en el cuerpo del anuncio se habla de sexo taoísta! Y, claro, la mayor parte de lo que conozco sobre el Kung Fu sale de Kung Fu panda... así que creo que hace falta documentarse más.

Según la Wikipedia (La que está en inglés, la única que vale la pena consultar) el kung fu son:

Chinese martial arts, also referred to by the Mandarin Chinese term wushu (simplified Chinese: 武术; traditional Chinese: 武術; pinyin: wǔshù) and popularly as kung fu (Chinese: 功夫; pinyin: gōngfu), are a number of fighting styles that have developed over the centuries in China. These fighting styles are often classified according to common traits, identified as "families" (家, jiā), "sects" (派, pài) or "schools" (門, mén) of martial arts. Examples of such traits include physical exercises involving animal mimicry, or training methods inspired by Chinese philosophies, religions and legends. Styles which focus on qi manipulation are labeled as internal (内家拳, nèijiāquán), while others concentrate on improving muscle and cardiovascular fitness and are labeled external (外家拳, wàijiāquán). Geographical association, as in northern (北拳, běiquán) and southern (南拳, nánquán), is another popular method of categorization.

Y el taoísmo:

Taoism refers to a variety of related philosophical and religious traditions that have influenced Eastern Asia for more than two millennia,[1] and have had a notable influence on the western world particularly since the 19th century.[2] The word 道, Tao (or Dao, depending on the romanization scheme), roughly translates as, "path" or "way" (of life), although in Chinese folk religion and philosophy it carries more abstract meanings. Taoist propriety and ethics emphasize the Three Jewels of the Tao: compassion, moderation, and humility, while Taoist thought generally focuses on nature, the relationship between humanity and the cosmos (天人相应), health and longevity, and wu wei (action through inaction), which is thought to produce harmony with the Universe.[3] The fundamentals of this belief lies within the Xiuzhen Tu.

Empezando por este último, se me ocurren tres cosas. ¿Quizás el sexo taoísta se basa en la compasión, la moderación y la humildad? Eso... ¿Eso cómo se traduce en la cama? ¿En este taller te enseñan a sufrir por tu pareja, hacerlo poco y no fardar?
No suena demasiado interesante. Y el asunto es aún peor si estas técnicas se basan en el wu wei, "la acción a través de la inacción". Para enseñarme a no hacer nada en la cama no me hace falta un falso chino, muchas gracias. ¡Quizás la clave no se encuentre en el tao, sino en los dos enfoques del kung fu!

Fue en este momento de la reflexión cuando, al volver a mirar la imagen, me di cuenta de que se trataba de dos individuos entrelazados de una de las formas más raras en las que he visto entrelazarse a gente, incluyendo a hermanos siameses. Pese a todo, esta imagen conecta directamente con el interés del kung fu por controlar mejor el cuerpo y los músculos... Y seguramente también la energía interior, porque vaya, todo lo que ayude al contorsionismo es poco.

¿Estaba en lo correcto?

Al volver a mirar la imagen, releí también el texto. Entonces sí que procesé los números.
Un taller de dos días. Que dura 12 horas.

Ahora lo entiendo. Al final resulta que "sexo taoísta" y "kung fu sexual" son otras formas de llamar al sexo tántrico.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Fragmentos nunca colgados.

Entradas que dejé de escribir, y abandoné... pero que el blogger guardó como borrador mientras las escribía.

A falta de inspiración, habrá que conformarse con rascar el fondo costroso del barril:

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"Flashback"

Siguiendo un link, desde la página web de un dibujante de cómics que siempre le había gustado, había encontrado la de otro comiquero con un estilo que le pareció muy atractivo. Koreano, sus dibujos tenían poco que ver con los que se relacionan con oriente, de ojos brillantes y pelos puntiagudos,

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"Yum"

Cuando abrió la puerta del bar, el apagado murmullo nocturno del barrio desapareció bajo una capa de jazz clásico. Ya había estado una vez en ese local, una especie de taberna de Moe con humos de intelectualidad pop clásico. Fotos y fotos de músicos de Jazz, pósters de películas pulp que ni el propio director, cuando aún vivía, recordaba haber hecho, pósters de películas pulp modernas, de la mano de Tarantino, fotografías evidentemente artísticas, porque estaban hechas en blanco y negro...
Había mirado el reloj de pulsera antes de abrir, y le había indicado que llegaba tarde. Por ello le sorprendió que, de los 22 invitados a la cena, sólo hubiese cuatro de sus amigas sentadas en una mesa desértica. El vacío se notaba todavía más por el hecho de que el bar era claramente pequeño para la cantidad de mesas que tenían instaladas y, además, porque el ambiente estaba dominado por el humo reptante y rollizo de docenas de cigarrillos encendidos.
Abriéndose paso con dificultad, se acercó a sus amigas. Alzando la mano, sonrió para saludarlas.
Una a una, les dio un par de besos en las mejillas, como manda la convención. Se sentó. Al borde del grupito de mujeres.
A su derecha, Ana. Una chica de altura equivalente a la longitud de su nombre, con una densa melena negra y gafas de pasta a juego. A la derecha de esta, Laura, a la que nadie en su sano juicio llamaría gorda, aunque tendría que estar borracho, además de loco, para considerarla delgada. Delante de ella, intentando controlar la avalancha de rizos dorados que se le desparramaba por todas partes, Sara. Y al lado de Sara, delante de Ana, Ester. Muy maquillada, de cuerpo quebradizo excepto donde otras se habrían puesto silicona, sonreía ante el mensaje que había recibido en el móvil.

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"Perdida"

Sonrió ante la canción que acababa de empezar gracias a la reproducción aleatoria del Spotify. "I feel burly", de los Bag Pipes. En realidad le hacía gracia por el videoclip, en el que un ser enorme y grasiento devoraba uno a uno a distintos cantantes, parodia de famosos reales, que le plantaban cara seguros de que su excelente físico les permitiría vencer al ser. Acababan masticados, entre sus fauces, hasta que el ser, cada vez más grande, acababa siendo el alma de la mayor discoteca del mundo, amado por todos los clubbers y ligando como un loco. Así, contado, quizás no parece gran cosa, pero en realidad era muy gracioso.

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[Sin título]

Lamiendo el borde inerte de la botella de Nestea (sin azucar) con los ojos cerrados, tuvo la impresión de que algo variaba el peso del recipiente. Abrió los ojos. Dentro del tubo de plástico, una mujer salvaje, pequeña y pálida, que se movía nerviosa balanceando los harapos blancos y polvorientos que la cubrían.
Asustado, Marcos soltó la botella, que rebotó en el escritorio y rodó por el suelo. La mujer salvaje presionó con fuerza brazos y piernas contra el plástico, para hacerse el menor daño posible, y cuando su carcel plástica se paró, se debatió intentando pasar por el cuello de ésta. Aunque era mucho más ancho que el de las botellas normales y corrientes, era pequeño para ella: como un barco en una botella, parecía demasiado grande para haber existido antes fuera del recipiente pero, en cambio, debía de haber entrado en él de algún modo.
Marcos la observó un rato, muerto de miedo. Después se acercó, como un artificiero aproximándose a un explosivo, y la alzó con cuidado. La mujer salvaje golpeaba las paredes transparentes que la retenían pero, Marcos percibió, sus golpes parecían no tener ninguna clase de efecto: ni afectaban al plástico ni hacían ningún sonido. Aunque la furibunda figura vociferaba también con fuerza, era incapaz de oir que hiciese el más mínimo ruido.

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Ahí las teneis. Ni siquiera recuerdo a donde iban la mayoría de estos textos.

Ahora que lo pienso, este post no es tan distinto de mis narraciones de sueños, no?

¿Qué tengo? De tó.

Tengo actualizaciones pensadas sobre temas morales, el valor de la vida humana, sobre el aborto, sobre las células madre. Reflexiones que llevo tiempo haciendo y que quiero poner por escrito. Y así llegar a terminarlas, porque nunca acaban. Empezaron cuando, hace años, una amiga mía, de personalidad dulce y naive, defendía el aborto porque "esos bichos no son personas, son monstruitos". La retomé cuando mi hermano estudió derecho romano, en el que se estipulan las condiciones para que un ser fuese considerado humano en un mundo potencialmente habitado por monstruos, dioses, semidioses y demás parafernalia de origen helénico. Y pareció que llegué a una conclusión satisfactoria hasta que, hace poco, el peso de uno de los agujeros de mi argumentación, mi defensa moral de la eutanasia, fue suficiente como para llevarme a una segunda reflexión seria sobre el tema.

Tengo ganas de hacer una reflexión sobre cine, cultura, géneros y referentes generacionales a raíz de "Scott Pilgrim contra el mundo". Hablar de videojuegos, de Lady Gaga, de Zombis Party y Arma Fatal, de mi amor por los ocho bits, del capítulo del libro "Adaptación" que habla de la adaptación de videojuegos.

Tengo ganas de hacer reflexiones, de decir cosas interesantes, de escribir en el blog. De escribir algo más que sueños, me refiero.

Pero me siento atontado. Incapaz de escribir (y de hablar) usando las palabras correctas. Y no usar sonoridades parecidas, traducciones literales del inglés y demás deformaciones que plagan mi redacción actual.
Ni siquiera recuerdo lo que he soñado esta noche.

jueves, 5 de agosto de 2010

Humo

El ambiente de la casa era denso, nauseabundo y nublado. La casa donde se había criado, donde había vivido desde los seis años, indundada por el humo. No había vuelto desde la migración, y él había cambiado mucho. De pequeñajo y regordete, a alto y espigado. De corto pelo de cepillo a estilosas melenas de diseñador gráfico. De niñito incomprendido a joven feliz y exitoso.
En realidad, no habría regresado si de él hubiese dependido. Pero ahí estaba.
El transporte les había dejado, a él y al autómata, en la entrada, para alejarse al instante y evitar los efectos nocivos del humo. Afortunadamente, como en los tiempos de su infancia, el portero no estaba en su sitio. Mientras subían por las escaleras lóbregas, no encontraron a ninguno de los vecinos. Eduardo no sabía cuales estarían por allí todavía, pero no tenía ningún interés en encontrárselos. El loco del sexto. El tuerto del segundo. La vieja del tercero, con sus perros eternamente pegados a los talones. No quería ni imaginar cómo serían ahora.
Y, por fin, llegaron a la puerta de su casa. Del Cuarto Segunda.
El autómata, de aspecto parecido al del carbón debido al recubrimiento protector, se hizo adelante y forzó la puerta, con la brutal delicadeza de la que sólo son capaces los seres automáticos. Entró un par de pasos, apuntando por si acaso con la Kalashnikov. Con un gesto de su cara de radiador le hizo entender a Eduardo que pasara, que el terreno estaba libre. Entró, pero intranquilo. Por un lado, no podía llevar armas. No solo eran órdenes rituales, venidas de las altas esferas, sino que además era pura física. Con una mano debía controlar la manguera que llevaba conectada al bidón de la espalda. Con el otro, debía llevarse el vaso de plástico, que llenaba cada pocos minutos con el líquido negro y espeso que le permitía seguir con vida, a la boca. Por otra parte, habían pasado muchos años desde que había estado en ese recibidor por última vez, y la emoción y la incertidumbre le abrumaban. El reloj de la entrada, antiguo y siempre parado, parecía vivo, o más bien agonizante, entre la niebla oscura. En la casa no se oía nada concreto, pero estaba llena del sonido que, quizás, haría un viejo gramófono cubierto de gelatina. Una suave interferencia parecida al respirar de un ser inefable, un ambiente de suaves ronquidos de brontosaurio borracho.
Eduardo se hacía deslizar el magma negro y alquitranoso por la garganta a intervalos regulares, mientras avanzaba. Los pasos sobre las viejas y polvorientas alfombras no conseguían levantar más que un confuso murmullo. Los ojos azules, enanas blancas en las cuencas cibernéticas del autómata, penetraban la extraña luz de la casa, que lo amortiguaba todo dándole un aspecto de tumba subacuática.
El salón, enorme, vacío como el interior de una ballena disecada. Desde los cuadros, las figuras con ojos parecían devolverle una mirada vidriosa, desprovista de vida pero llena de intención. Los que no tenían ojos, casi tenían una mirada más pavorosa.
Eduardo avanzó, junto al sofá, bordeando la mesa redonda alrededor de la cual habían cenado él y sus padres durante más de una década. Parecía un extraño tronco amorfo y abandonado, entre el resto de imágenes espectrales de su pasado que se erguían alrededor. Se quedó quieto ante la puerta que comunicaba el comedor con el pasillo, observando las figuritas que había sobre la cómoda que reposaba sobre la pared del fondo. Las había traído él, de un viaje hecho con el colegio. Sintió la tentación de recuperarlas, de recuperar esos regalos comprados con esfuerzo, con el sacrificio de una estupenda máscara veneciana que no pudo comprar si deseaba obsequiar a sus padres con algo bonito. Pero, recordó la película que había devorado tantas veces en su infancia, al entrar en la cueva de las maravillas, uno debía ignorar todos los tesoros... menos el que había venido a buscar. La lámpara mágica. El Macguffin milagroso. Además, tenía las manos ocupadas. No habría sabido cómo llevarlo.
Su autómata interpretó esa parada como una señal para que se asegurase de que la via estaba libre. Con quirúrgica velocidad, abrió la puerta y comprobó que el pasillo estaba vacío. A la derecha, la puerta de la cocina. Más allá, al fondo, las puertas de los cuartos.
Entraron en ese intestino cuadrado y nauseabundo, y Eduardo prefirió dejar de visitar su viejo cuarto. No quería pifiarla. Sólo podría efectuar una pausa ritual en sus libaciones protectoras, y no podía malgastarlas en sentimentalismos peligrosos. Tragando líquido negro, siguió más adelante, hasta pasar por enfrente de la puerta del cuarto de invitados. Un ruido le sobresaltó. Un rugido. Un vómito sonoro e inconexo de sílabas y gruñidos. El autómata se dispuso a entrar en acción. De una patada, echó la puerta abajo. Arma en ristre, entró en el cuarto, seguido de cerca por un asustado, pero curioso, Eduardo.
Encadenado a la pared, un ser grotesco, de piel dura y espesa como la de un rinoceronte secado al sol. Las fosas nasales abiertas, la boca sin labios y repleta de minúsculos dientes oscuros abierta y babeante, los mínimos ojos de pescado miope desencajados pero concentrados en las figuras que acababan de entrar. Tiraba con fuerza de las cadenas, que sonaban con tintineos desagradablemente graves, mientras el pelo blanco y gruesamente rizado se le erizaba como el de una bestia salvaje.
Así que esto era lo que había sido de papá.
Eduardo avanzó un par de pasos más. El ser, furibundo, intentaba abalanzarse sobre él. De sus ropas, sólo quedaban andrajos. Podía ver la cicatriz del bypass que le habían tenido que hacer a su padre cuando él apenas acababa de entrar en la adolescencia. Las uñas le habían crecido, como enmohecidas conchas marinas, y su pene grotesco colgaba en violentos vaivenes, entre los harapos como una fea e inútil trompa.
Asqueado, Eduardo se marchó, precedido por el obediente autómata, y cerró la puerta, maltrecha. Era una suerte que lo que había venido a hacer no tuviese nada que ver con papá. O con lo que fuese ahora, esa especie de animal.
Pudieron dar pocos pasos antes de oir una voz.
Del fondo del pasillo, del cuarto de sus padres, la voz que casi había olvidado pero que nunca llegaría a olvidar de verdad.
Desde detrás de la puerta entreabierta, mamá llamaba.
"Eduardín. ¿Eres tu?"
Eduardín dio un paso. Y otro. Y otro. La voz de mamá. La voz que oyó cada día durante nueve meses mientras todavía era un amasijo de células cada vez más parecidas a un ser humano convencional. La voz que le animaba y le reprimendaba en su infancia, que le hablaba mal de sus novias cuando las traía a casa y le consolaba cuando se marchaban definitivamente.
Esa voz, perdida para siempre, que ahora le llamaba. ¿Cómo negarse?
Llegó ante la puerta. La abrió, lentamente.
El cuarto estaba inundado de la misma luz crepuscular y subacuática que el resto de la casa. Detrás de la cama de matrimonio, perpendicular a la pared derecha, mamá estaba de espaldas, ordenando los objetos que había sobre la cómoda.
Pareció que los ojos se giraban antes que el resto de la figura gris y marchita. Eran los ojos de mamá, los de siempre, pero mayores, grandes como los de un bebé, como los de un buho, como los de un buey. Pese a todo, la vieja cara seguía siendo la misma. Los mismos labios, aunque ahora eran de color blanco azulado. La misma nariz, aunque ahora parecía precariamente pegada al resto de la piel. Esa incipiente papada de pellejo suelto, que tanto la había incomodado, ahora colgaba a sus anchas.
Había dejado lo que fuera que tuviese en las manos, y ahora pendían ante su pecho, como las orejas de un sabueso cansado y abatido.
"¡Sí eres tu, Eduardín! ¿Traes a un amigo?"
El autómata la apuntaba insistente y sereno con el arma. Eduardo tenía dificultades para tragar el brebaje oscuro.
"Espero que no te de vergüenza darle un beso a tu mamá enfrente de tu amigüito" dijo ella avanzando, sorteando la cama. Extendió los brazos, huesos envueltos en una endeble cobertura pendulante. "Ven, ven a darle un beso a mamá".
Cuando se movía, se podía ver que estaba rodeada de finísimos hilos. De una verdadera telaraña de ectoplasma, que se desmenuzaba con cada uno de sus movimientos pero que nunca parecía dejar de estar encima de ella. Insistió. "Ven, hijito".
¿Podía evitarlo? Claro que no. Las piernas avanzaron, lentamente. El cuerpo las siguió. Los brazos, impertérritos, siguieron vertiendo y llevando a la boca el líquido negro.
"Ven, ven con mamá."
Se encontraron al pie de la cama. Eduardo hundió su cabeza en el pecho de su madre mientras ella se la rodeaba con los brazos, como cuando era niño. Apoyó su cabeza gris sobre la de él, y empezó a hacer los ruiditos que solía hacer cuando estaba disgustado y quería consolarle.
Eduardo lloró. Lloró cómo no lo había hecho en años.
Después se llevó a los labios el último vaso de mejunje negro, lo tiró al suelo y tomó una gran bocanada de aire.
Como una exalación, siguió el movimiento que había ensayado tantas veces. Empujó a su madre para liberarse de su abrazo, extrajo el machete del chaleco y le abrió el pecho a mamá desde el apéndice hasta el hombro.
Ella tragó aire, con violencia, cómo si acabase de salir de un largo buceo. Cayó sobre la cama, y Eduardo, sin respirar, se montó sobre ella. Abrió la caja torácica, que se sonó como lo haría un saco de nueces bajo el neumático de un autobús, y metió las manos entre sus viscosas entrañas cenicientas. Los hilos ectoplásmicos seguían arremolinados a su alrededor. La encontró. Siguiendo el plan, sin respirar todavía, metió la perla de mamá en otro bolsillo del chaleco. Grande, naranja, resplandeciente. Había algo escrito en su interior ambarino, pero estaba en algo parecido al árabe, y él no lo entendía. El cuerpo seguía retorciéndose, como un insecto mal aplastado, cuando se puso en pie y extrajo el segundo vaso de plástico. Bebió y volvió a respirar, con alivio.
Del pasillo, un grito enorme. El autómata le hizo señal de que se apresuraran. La antena de su cabeza se desplegó, evidentemente llamaba al vehículo para que viniera a buscarlos.
Avanzaron por el pasillo. Los gritos provenían del cuarto de invitados. ¿Papá había oído, o olido, o sentido lo que había hecho? Acababa de dejar la puerta atrás cuando oyó que las graves cadenas se rompían. Corrió, con más ímpetu, mientras bebía. El autómata se puso a sus espaldas, dispuesto a defenderle.
Llegaron a la puerta de entrada, y la abrieron, cuando del fondo del salón vinieron llegar a papá, corriendo a cuatro patas como un simio enorme. Gritaba, y una gruesa espuma colorada le corría por la barbilla y el cuello.
El autómata abrió fuego. Los muebles estallaron mientras el padre asilvestrado esquivaba los proyectiles con habilidad antinatural. Eduardo corrió.
Había bajado ya un trecho de escaleras, pero desde dónde estaba pudo ver al autómata salir disparado de una embestida y atravesar el rellano. Su capa protectora como de carbón se desprendió parcialmente, revelando su interior blanco y cromado. El humo negro empezaba a afectarle instantáneamente. Le brillaron más los ojos, rumbo a la sobrecarga. Se alzó, con el arma en ristre, y se abalanzó sobre papá, que empezaba a trotar escaleras abajo dispuesto a llegar hasta Eduardo. Agarrado a su lomo como una pulga, descargó las últimas balas del Kalashnikov en el ojo del padre. Casi demasiado lentamente, un chorro de sangre burdeos y burbujeante se deslizó por su rostro. Cayó, desfallecido, pataleante, sobre los escalones. Se deslizaba lentamente, como una ballena varada, pero Eduardo ya no le veía, se había puesto a bajar de nuevo.
Le echó de nuevo un vistazo cuando le oyó aullar, a sus espaldas. Desde abajo, amoritguados, sonaron otros aullidos a modo de respuesta. El Autómata, sobrecalentado por el humo negro, aprovechó el exceso eléctico que le provocaba para practurarle la mandíbula de un puñetazo. Después se agarró a su cabeza firmemente y esperó el momento de estallar.
Eduardo corrió, pese a todo, y fue una suerte. Justo cuando acababa de dejar atrás la puerta del segundo, de ella brotó quien había contestado al aullido. Una masa informe, peluda, enorme. Los perros de la vecina, fundidos en una sola forma masiva. La vecina misma estaba incluída en la amalgama, si uno se fijaba bien podía ver sus brazos colgando en el vientre de la criatura.
El ser observó a Eduardo con sus seis ojos, y las bocas dentudas babearon. Él, con cuidado de no derramar el líquido que iba bebiendo, arrancó a correr escaleras abajo. El primero, el entresuelo, la portería, el vehículo, la salvación. Ese era el plan.
Pero el ser amorfo le alcanzó entre el primero y el entresuelo. De un mordisco, le alzó por los aires y lo zarandeó. Las bocas que no estaban ocupadas estallaron en graznidos de júbilo.
Pero no estaba todo perdido. Le quedaba una oportunidad.
El ser había mordido el bidón de líquido que llevaba a la espalda, no a Eduardo.
Sin un trago para soportarlo, tomó aire y se desenganchó del bidón. Cayó, ruidosamente, y corrió. Se llevó la mano a la perla, que reposaba sobre su pecho. El monstruo tardó unos instantes en darse cuenta de lo que ocurría.
Eduardo ya estaba en la portería. Los perros le seguían de cerca. Volvió a sentir el el aliento canino a sus espaldas, a pocos centímetros. Oía las dentelladas fallidas a sus espaldas.
Incapaz de seguir corriendo así, tomó una bocanada de aire. Y de humo negro.
A pocos pasos de la puerta, las extremidades empezaron a fallarle. Cayó al suelo. Siguió respirando el humo.
El ser ocupó todo su campo visual.
Y, de pronto, el infierno. Un enjambre, una plaga de balas, que hizo retroceder al ser entre salpicaduras de sangre y lamentos de dolor.
Los autómatas, desde el vehículo, le acababan de salvar. Dos de ellos descendieron y lo tomaron en brazos. Las extemidades, de aspecto churruscado, se le habían empezado ya a rizar por culpa del humo.
Lo subieron abordo.
El médico cortó con presteza las extremidades, a penas una espiral de papel chamuscado, mientras el sumo Almirante observaba la perla que Eduardo había recuperado. Satisfecho, se volvió hacia él y le felicitó por el éxito de la misión. Eduardo le habría respondido, pero el médico estaba extrayéndole los pulmones contaminados, esperando contener la infección.
Un autómata llegó con el fuelle de apoyo mientras el Almirante se dirigía a la cabina del piloto, a usar la radio para comunicar que la misión se había cumplido.

miércoles, 2 de junio de 2010

Pratchett se despide


Estoy leyendo "Nation", de Terry Pratchett. Su primer libro que no se ambienta en el mundodisco que no he abandonado.
Es uno de mis autores favoritos, y sus libros han marcado mi forma de entender el mundo, a los humanos, a la sociedad y la religión. Libros humorísticos, con grandes dosis de parodia, pastiche, metatextualidad en general... Falso cínico, ateo combativo, ser tímido e inadaptado, este hombre genial sufre de alzheimer prematuro. Y se nota.
En "Nation" hay una cornucopia de elementos Pratchettianos típicos: La parodia a la cultura anglo/occidental, las referencias a textos diversos, la reflexión sobre la cultura, el lenguaje y el mestizaje cultural, los jóvenes, los ritos y la verdad que se esconde detrás de sus vestidos, las brujas, la lucha interior, el amor, los dioses y la muerte. Es un texto típicamente Pratchettiano...
...pero no lo es. Pratchett sufre. Pratchett sublima su sufrimiento, que exacerba las preocupaciones que le han persegido toda su carrera. Los dioses y la reflexión religiosa (Pratchett fagocitó la frase del C.S.Lewis pre-católico, que decía que era "un ateo enfadado con Dios por no existir) ya no son un agradable pasatiempo intelectual. La muerte ya no es un simpático, aunque siniestro, señor Spock, que observa a la humanidad con curiosidad. El mundo de Nation ha dejado de ser amable. Los dioses no existen (aunque sí, claro, por mucho que se esfuerce en negarlo Pratchett es un creyente que no sale del armario) y el mundo, arbitrario y cruel, está a merced de la muerte. Una muerte diametralmente opuesta a la del mundodisco. La del mundodisco sabe que el universo es injusto, pero defiende las creencias humanas porque, igual que creemos en el "Hogfather" (el papá noel del mundodisco), creemos en otras cosas igual de falsas (y necesarias para se humanos) como la justicia o la piedad.
La de nation es un ser cruel que se regocija en la muerte, que desprecia cualquier clase de valor en la vida, al fin y al cabo vacía y absurdamente injusta.
Pratchett sufre, y en su estado de alzheimer prematuro, escribe una novela en la que un enorme tsunami ha barrido a toda una civilización primitiva del mapa, a excepción de un joven que estaba en otra parte, en pleno rito del paso a la adultez. Un joven sin identidad, una ola que entierra en el olvido toda una cultura.
La memoria es un tema tan importante en "Nation" como la muerte y los dioses.
"Nation" son las tribulaciones que mantienen despierto a un hombre al que su identidad se le escurre entre los dedos, recuerdo a recuerdo, que ve próxima la muerte y no cree en ningún dios que pueda ayudarlo, aunque siempre ha deseado que existiera. ¿Cómo acaba el libro? Aún no lo sé, estoy en ello. Pero más importante incluso que todos estos miedos es el hecho de que Pratchett llega a darnos una respuesta magistral, a la que ya llega su antítesis Philip K. Dick en "La invasión divina" (si Pratchett pierde recuerdos, a K. Dick se le multiplican. Si Pratchet pierde su identidad, K. Dick tiene varias. Si Pratchett es ateo, K. Dick habla con Dios), que es hasta cierto punto a dónde quiere llegar Philip Pullman con su triología de la materia oscura, aunque el pobre hombre se pierde a medio camino para pontificar como un sacerdote antirreligioso:
Ante la muerte, ante la fuerza negativa de la realidad, ante Belial, la respuesta es "Does not happen". No rendirse ante lo malo que hay en el mundo, esforzarse por hacerlo mejor, por los demás, y por lo bello. O, si me dejais meter cucharada y llevarlo a mis propias creencias religiosas, no dejarse ahogar por el Pantocrator y brindar en las bodas de Canaan.
No sabemos cómo le va a ir a Pratchett, pero si este libro con sabor a despedida es realmente un adios literario, se trata de una marcha por todo lo alto, donde todo el universo Pratchettiano toma una forma, una presencia y una fuerza muy alejada de la de los estupendos libros del mundodisco. Es el mejor Pratchett. Y, aunque el futuro sea incierto, esperemos que solo lo sea "por ahora".

domingo, 9 de mayo de 2010

LL LL

¿Qué? Sí, yo una vez me había enamorado de una chica, sí. ¿Qué? No, no. No sé cómo se llamaba. Me cuesta mucho recordar, ya lo sabes. El accidente. Espera. No sé, a lo mejor la conoces. Era alta. Sí, alta. O, espera. Era bastante menuda. Muy delgada. O no, no tanto. Espera, espera, espera que haga memoria. ¿Físico de deportista? ¿Piernas torneadas por el ejercicio? No lo sé. Pero sí me acuerdo de que tenía un cuerpo lleno de curvas. O solo algunas. Aunque, si me haces pensarlo mejor, recuerdo que era seca como un palo. Delgada y huesuda. A nadie más parecía gustarle. Excepto a mi amigo, ¿Como se llamaba? Ese que también estaba gordo. Hace años que no le veo.
Pues le gustaba la chica delgada, con el pelo muy muy rizado. De voz siempre afónica, creo. No estoy seguro. Quizás me equivoco, me parece que tenía una voz normal, quizás suave. ¿Sabía hablar francés? ¿Le costaba pronunciar alguna letra? Y, ahora que lo pienso, quizás sí le gustaba a más gente. Quizás era muy guapa, sin rizos, sino con el pelo largo y rubio y los ojos azules. O, morena. Muy morena. Pero largo y liso.
Estoy muy confuso. Sí, sí, gracias, me estoy acalorando. No, no te lo lleves, masticaré los cubitos. Sí. Me parece recordar que era pelirroja. La cara llena de pecas y... ¿Es posible que tuviese una nariz enorme? ¿Ojeras profundas y perpetuas? ¿Dientes amarillentos? No, no. Era una gran cicatriz en la mejilla, que brotaba de la comisura del labio. Pese a todo, no me importaba: Esa chica me gustaba mucho.
¿Cuando? Qué preguntas tan dificiles. Sabes perfectamente que me cuesta recordar. Creo que empecé a enamorarme en un trayecto que hicimos juntos en autobús. Coincidimos, yo iba a ver a mis amigos... ¿Y como nos conocíamos de vista, charlamos? Ay, no sé. Me parece que hablabamos, y que mis chistes le hacían gracia. ¿Sabes que era muy chistoso, antes del accidente? Todos me lo dicen. De pronto, se rió. Y, como en una película paródica, el tiempo se ralentizó como parece imposible que lo haga, y todo el mundo desapareció menos ella, y su risa, y sus dientes blancos y su pelo dorado. La luz se reflejaba en esa melena de una forma impresionante. Aunque, por otro lado, creo que estábamos casi a oscuras. ¿En una discoteca? Yo estaba borracho como una cuba, nervioso por mi constante ansiedad social. Y entonces... entonces creo que me prestó sus lápices de colores, para que pudiese hacer los deberes de inglés. Siempre fui olvidadizo, incluso antes de que me ocurriese nada raro.
Si no me equivoco, bailamos. Una especie de extraño vals agarrado, aunque la música era pop de principios de los noventa. Más bien, pachangueo de ese que odio. Pero estaba ella, y bailamos un poco, y hasta me abrazó. Pasé meses sin hablarle, por vengüenza. Me dijo que por navidad no le hacía falta otra cosa que yo. Que no tocasen mis dibujos, que lo estaba haciendo muy bien. No, no es nada. Me he mareado. Se me arremolinan ideas y recuerdos. Sí. Sí, gracias. También con cubitos esta vez.
Ah. En fin, estaba muy enamorado. Intentaba pasar mucho tiempo con ella. Qué chorradas que hice. Qué molestias me tomé. Cuantos quebraderos de cabeza... ¿Que si se lo dije? ¡Claro que sí!
¿O quizás no?
¿Creo que se enteró? ¿Le escribí un poema? ¿Le hice un regalo? ¿Nunca llegué a hablarlo con ella? No sé. No sé.
De verdad que no lo sé. Al final, me dijo que me confundía. Que éramos solo amigos y que ella suele tratar a todo el mundo así. Más bien, dejó de relacionarse conmigo. Me ignoraba. Se dedicó a humillarme: Debía demostrar que, aunque, como sabían todos, me gustaba a mi, ella no sentía el más mínimo aprecio por ese marginado, ese chico tan raro. El gordo. El listo. El friki. ¿El calvo? ¿Ya estaba calvo entonces? Supongo que sí, parece ser que pierdo pelo desde los catorce...
¿Cambiar de tema? Yo no cambio de tema. Simplemente, ya lo sabes, no solo me cuesta recordar, sino también concentrarme. Sí, todo desde que tuve el accidente.
¿De qué hablas? ¿Qué estás diciendo? ¿Que no sufrí ningún accidente? ¿Que, simplemente, no quiero recordar?

jueves, 21 de enero de 2010

Creer

Este fin de semana he conocido a un sacerdote nuevo. El que hace la misa a la que suelo ir se encontraba en esos momentos en Senegal, y como el que le sustituye no nos gusta nada, decidimos ir a otra parroquia cercana, una a la que no habíamos ido nunca.
No pensaba que la cosa estuviese tan mal. Había leído alguna noticilla, y también había visto a alguno de esos cardenales odiosos hablando en el telediario, pero no les había hecho caso: Al fin y al cabo, siempre dicen la gilipollez más retrógrada que pueden. (Y lo hacen con tanta gracia que me parecen imbéciles incluso cuando estoy de acuerdo con ellos).
El hombre, viejo y gordo, se llenaba la boca con gruesas acusaciones apocalípticas. ¡La fe en peligro! ¡La religión católica corría el riesgo de extinguirse! Y todo por culpa de los "nuevos falsos ídolos", como los llama. El sermón duró más de la cuenta, los de las filas de debajo del púlpito (debimos sospechar que algo no marchaba al entrar en la iglesia y ver el púlpito y la demás parafernalia con demasiadas pretensiones) lamentaron no haber llevado un paraguas y las viejas calientabancos regresaron a casa otra semana con la tranquilidad de que el mundo también esta vez se iba a acabar en breve.
Pero yo salí pensativo. Y, ni hecho a posta, porque justo después, cuando fuimos hacia el parking dispuestos a tomar el coche para ir a comer a casa de mi abuelo, un mosso nos advirtió de las calles que iban a estar cortadas: Pronto vería a A U-Duque. Como todos, claro. Los estados del facebook de los días siguientes estaban repletos de U-Duque, los nicks del msn, los avatares, los periódicos, los telediarios que buscan noticias para rellenar el espacio que les ha quedado vacío.
Como suele hacer en Barcelona, caminaba por la Diagonal. Desde que la adaptaron, además, puede andar con mucha comodidad, y eso siempre está bien. Se merece eso y más, en mi opinión.
Si embargo, todavía tenía las palabras de cura odioso resonándome en los oídos. "Los nuevos ídolos". Sabía que, no ya desde la llegada de los Rolkolanos, sino cuando se produjo el primer ataque biológico Sglajk, la iglesia se encontraba en un terrible problema ideológico y teológico. Como siempre, en vez de ocupar a las altas esferas eclesiales en comer la oreja a los dirigentes mundiales y a los fieles pudientes para la ayuda a los necesitados, se preocupaban de si los "seres de destrucción masiva tienen alma", si los "Hombres U son una abominación" o si los "Rolokolanos eran seres creados por Dios" y demás chorradas que cualquier teólogo con dos dedos de frente solucionaría de un plumazo.
Pero la verdad es que, hasta cierto punto, la demagogia del sacerdote excitado del domingo contenía algo de verdad.
Pensé en los millones de radioaficionados, nuevos y viejos, de todo el mundo que intentan sintonizar sus radios con las de las naves Rolkolanas para poder hablarles o oirles cuando penetran en la atmósfera. En los cultos extendidos por toda latinoamerica en los que se queman alimentos de forma ritual para apaciguar a los Sglajk y ganarse su favor para que no les manden a ningún monstruo. A los que creen poder predecir el próximo lugar atacado leyendo compresas usadas por virgenes. Y, sobre todo, mirando a U-duque caminando por la Diagonal. El cuerpo, rojo y plateado, brillando gallardo al sol, mayor que cualquier cosa con derecho a moverse sobre la faz de la tierra. El rostro, casi humano, perdido en quien sabe qué pensamientos mientras patrulla el suroeste europeo. Las cicatrices impresionantes en su pseudo-piel metaloide, testigo de las duras batallas que padece para protegernos. Nuestro salvador y protector venido del espacio, creado por una raza de seres tan avanzados que parecen casi omnipotentes, un monumento andante más allá de la escala humana, que uno es incapaz de dejar de mirar, con la boca abierta y un extraño sentimiento de amor como no habíamos sentido desde que, al ser muy pequeños, nuestros padres se paseasen por la faz de la tierra como seres de poder y magnificencia desbocadas.
Y cada molécula de mi cuerpo vibra ante la simple idea de verlo de nuevo cuando vuelva a parar en Barcelona.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Anatómica

Pocas veces sus padres se marchaban de viaje, al menos los dos juntos, pero no era la primera vez. Del mismo modo que en alguna ocasión sí que se había ido su hermana pequeña a dormir a casa de una amiga, o de los abuelos. Y, en todo caso, la asistenta estaba en casa, las 24 horas, residuo anacrónico de cuando la hermanita era todavía un bebé. Que uno de sus días libres coincidiese con los viajes en tándem paternales parecía muy improbable... Y que además su hermana faltase ese mismo día lo convertía ya en aparentemente imposible. Y aún así, había ocurrido en un par de ocasiones antes de esta.
En esos casos, Guillermo había invitado a sus amigotes a ver una película y estar charlando hasta las tantas, engullendo pizza y coca-cola... lo cual no era un plan tan distinto del que solía tener la mayoría de los viernes.
Pero esta vez se daban no solo las condiciones propicias de soledad, sino que las leyes de la probabilidad o se habían tomado unas vacaciones, o estaban encerradas en un ascensor o se habían vuelto completamente locas. Alguna extraña configuración de los astros había querido que, poco tiempo antes, Guillermo hubiese empezado su primera relación. Lo cual era ya una proeza de confabulación cósmica, pues este hecho en sí también era muy improbable. Que se lo dijesen a él, que con casi 20 años cumplidos había sufrido esta incapacidad del universo para permitirle una relación de pareja, o incluso una simple aproximación al género opuesto...
Pero la realidad no se queda nunca a medias. Dispuesta a rizar el rizo, había hecho que conociese a Ana, una chica atractiva y tímida que tampoco había tenido novio antes. Y ambos estaban a las puertas de cumplir los veinte.
En millones de millones de universos el curso natural de los acontecimientos habría hecho que nada de esto fuese posible... Pero en este, en uno de los pocos en los que se cumplía efectivamente lo que las leyes de la probabilidad casi casi descartaban, Ana estaba en casa de Guillermo, una noche en que los padres de éste participaban en un congreso en Melilla, su hermana pequeña había ido a casa de los abuelos a dormir porque le había apetecido y la ancianita canosa que la había acogido esa noche era incapaz de decirle que no y, además, se estaba desabrochando la brusa por primera vez delante de un chico.

Se habían besado, claro. Ya hacía tiempo que se besaban, y Guillermo sabía que, pese a la timidez de ella, él no era el primero. Pero nunca habían llegado más allá, ni con pareja ni sin ella, y por eso ahora Ana se sonrojaba mientras terminaba con los botones.
Ninguno de los dos había esperado esto, al menos esta noche. Una película, unos besos, unos abrazos, un sueño agradable abrazado al calor y al aroma del otro... Pero los besos y las caricias se habían fundido con otros deseos, más intensos, que habían exacerbado la pasión de esos besos y habían transformado los abrazos reparadores y apacibles en inquietos intentos de fusión corporal a través de la epidermis impenetrable.

Y ahora estaban uno frente al otro, envueltos en el calor del ambiente, frente al televisor que clamaba futilmente sus consignas de ficción y entretenimiento, sintiendo la textura aterciopelada del sofá con la carne desnuda y temblorosa. No se tocaban. Tras el bullir epiléptico que los había llevado a dejarse guiar por la excitación, se habían apartado uno del otro, llevados de la mano por un extraño pudor y timidez, y se habían desnudado metódicamente, con una ténue sonrisa.

Lo que pensó entonces Guillermo fue que la sensación de estar sentado en el sofá de siempre, donde había reposado cientos, miles, de veces, era muy diferente si se hacía con las nalgas desnudas. A continuación, se dio una bofetada mental. Pensar en esto cuando una chica preciosa, a la que quiere inmensamente, a la que desea desde hace tiempo, se encuentra frente a él deshaciendose con cuidado de las delicadas medias...
La piel de Ana se veía suave y agradable, en la penumbra surcada por la cambiante luz del televisor. Conocía bien esa cara de facciones amables, los ojos enormes y brillantes, la nariz fina rodeada de mínimas, casi invisibles, pecas pardas, los labios simpáticos e irresistibles. La cascada de cabellos espléndidos que, con su ligerísima ondulación enmarcaban en su oscuridad el cuello esbelto y guiaban la vista hacia los senos, estos ya desconocidos. Pequeños y firmes, invitantes, se movían perceptiblemente con la respiración, algo acelerados, de Ana. Eran muy distintos de los acartonados artificios quirúrgicos o rebosantes excesos biológicos con los que la pornografía articulaba gran parte de su discurso. No eran esos monstruosos artefactos sexuales dispuestos a abalanzarse sobre la presa incauta, sino unos seres pequeñitos y adorables, no muy distintos de la propia Ana. A Guillermo le era dificil no recrearse en su visión, en la que las manos sentían impulsos irrefrenables de participar, pero los ojos siguieron su camino, imperturbable.
La graciosa curva de la cintura, envidiable, mediterránea, se encargaba además de dar toda su belleza a las caderas que desembocaban en muslos que era dificil no querer acariciar.
Pero la visión de lo que alguna vez había oído nombrar como bajo vientre le chocó. Esa configuración... esa... esa ausencia.
Acostumbrado al cuerpo masculino, el vacío grotesco le provocó una extraña sensación. Ciertamente, no se percibía nada de esto en el porno, quizás porque el género indicaba que llenasen el vacío lo antes posible y cuanto más mejor. Pero la contemplación de ese pubis vacío, excitante y a la vez antinatural, lo llenaba de una extraña desazón.
De algún modo, en esa figura claramente humana que tenía delante se desdibujaba la percepción natural del interior del cuerpo, esa que no se basa en la biología sino en la intuición. Las cabezas humanas, por ejemplo, están vacías. La boca es un vacío, por el que se entra y se sale. La nariz, igual. A nadie le parece estrafalário que un pequeño personaje de dibujos animados pueda transitar de un oído a otro en un personaje mayor, pues ambas orejas "comunican".
Pero, bajando, el cuerpo de un hombre pasa a ser un amasijo de intestinos y de órganos. Una bolsa llena de carne con algunas pequeñas vías de salida. Un todo macizo, relleno, en el que una intrusión implica un daño, un apuñalamiento, cirugía.
Pero ahora, de pronto, veía un cuerpo femenino. Y su cuerpo, lejos de ser un todo macizo, un saco de entrañas, un monolito, era un raro vacío. La parte baja del cuerpo era una extraña concavidad interna, una configuración física antinatural que, como el troll que deambula con la cabeza debajo del brazo, causa una sensación extraña de grotesco extrañamiento.
Pero, a diferencia de con el monstruo, esta rareza morfológica producía también un imposible magnetismo, que vencía a cualquier otra sensación.

Puso una media a un lado de la butaca cercana al sofá, donde había dejado el resto de la ropa, y se empezó a quitar la otra. Fijó los ojos en los de él, en esos pequeños ojos verdes que habitaban la cara agradable que le devolvía la mirada. El pelo liso y pajizo que la coronaba, los hombros relativamente anchos, el escaso y casi albino pelo que poblaba su tórax pálido... Ya los conocía, pues ya había estado con él en la playa. De hecho, había sido allí dónde se habían conocido. Blanco como la leche, con el pelo y los ojos claros y el bañador de color tostado le había parecido un personaje salido de una vieja fotografía color sepia. Aunque entonces, como hoy, tenía los labios y los pezones de un todo rosado que siempre le había parecido que prometían un suave sabor a fresa.
Se fijó en que Guillermo la estaba mirando, y le resultó muy agradable, aunque a la vez excitó su timidez. Y, combatiéndola, se dio cuenta de que a ella le daba mucha vergüenza mirarle por debajo de la cintura. Eso ya no lo había visto en la playa, ni tampoco después, pues él no le iba muy a la zaga en cuanto a timidez. Pero miró y, sin saber que eso era lo mismo que le ocurría a él casi al mismo tiempo, una sensación inquietante se adueñó de ella. Qué forma tan extraña que adquiría el cuerpo masculino. De algún modo, el pene se le antojaba como un extraño miembro vestigial. Por debajo del cuello, el cuerpo humano se desparramaba en varios apéndices de estilos distintos. Los brazos, que de un modo casi fractal imitaban esa diversificación haciendo una miniatura de la misma en sus extremos, con los dedos. Las piernas, terminadas en una protuberancia extraña que, a su vez, terminaba en cinco extraños bultos. Y eso tenía que ser todo. Pero no. En el cuerpo masculino, en el cuerpo que tenía delante, habitaba un intento abortado de crear otro miembro. Una absurda trompa, con otros cúmulos carnosos y grotescos en la base, que se erguía temblorosa como un miserable animalillo, ciego y vulnerable. Un cuello antinatural, dónde no debía haber ninguno, que se movía como el pollo decapitado que aún sigue correteando por el corral. Un gemelo parasitario y subdesarrollado que, por unos instantes, le hizo pensar en cual de los dos llevaría la voz cantante.
Recordó unos dibujos animados que veía de pequeña, cuando su hermano mayor se hacía con el control del mando. En ella, pequeños seres homínidos controlaban a titánicos dinosaurios para llevar a cabo una lucha sin cuartel.
¿Era ese miembro que tanteaba el aire como un tembloroso anciano tubular un pequeño Jockey que dominaba al, a su lado, titánico y desprovisto de iniciativa dinosaurio que era Guillermo?

Pero pronto se deshicieron de estos extraños pensamientos, entregándose de nuevo a la contemplación sin extrañamiento del cuerpo del otro. Y, en esta dimensión del multiverso en la que los padres no estaban, la hermana tampoco, ni la asistenta, en esta realidad de entre millares en la que sí que se habían conocido, en la que ambos eran inexpertos en el mundo de las relaciones románticas, en la que esa noche estaban en el sofá de casa de él y en el que ambos tuvieron extraños pesamientos filosóficos al contemplarse mutuamente, en esta faceta de la existencia única entre el océano de océanos en las que las realidades se pierden y arremolinan como gotas de agua... En esta realidad en el que la probabilidad hacía la vista gorda, Guillermo y Ana se abrazaron, con la mirada y con el gesto, con los brazos y las piernas, con los labios y el aliento.

martes, 1 de diciembre de 2009

Pitonisa??

Hacía mucho tiempo que no veía a sus dos amigas. Una, la del pelo liso, se había sentado a su lado y la otra, la del pelo rojo, delante de él. Les trajeron la comida, asiática, para compartir. Pero la que se atrevió a empezar no era ni la amiga de enfrente ni la de al lado. Era una amiga de ellas, y tenía el pelo rizado.
Él la conocía, más de fama que de otra cosa: una vez que lloriqueaba que "¡A qué clase de mujer podría atraerle!", la habían puesto como ejemplo de una chica a la que sabían que podía gustarle alguien como él.
En todo caso, eran todo hipótesis, y ni él estaba especialmente interesado en materializarlas ni ella en abandonar su próspera relación en curso, pero se cayeron bien.
Ya durante la cena, él se fijó en lo curioso del personaje. Muy menuda, los ojos eran pequeños y prietos, hogar de una astucia y desparpajo propios del zorro que juega sabiendo que va a ganar.
Cuando se levantaron de la mesa, los platos vacíos de pitanzas orientales, se fijó en sus movimientos, a la vez hombrunos, por su contundencia, y femeninos, por su precisión. Había un "algo" muy particular en la decisión y el aplomo de su caminar, la absoluta certeza que destilaba su andar.
No le extrañó que, una vez en el bar donde iban a tomar unas copas, la chica del pelo rizado sacase una baraja de cartas y se ofreciese a adivinarles el futuro amoroso. Había algo en esa aura de superioridad y decisión, y especialmente en la incongruencia entre ésta y el físico menudo, que podría servir para decidir que quizás sí que había algo de bruja en ella.
Al fin y al cabo, las brujas se mueven de tres en tres, ¿No es cierto? Quizás había estado toda la noche en un pequeño aquelarre urbano y no se había dado cuenta.
Se divirtió pensando cual podía ser cual. ¿La madre? ¿La doncella? ¿La vieja urraca? Su amor por el folklore lo entretuvo un rato, y aunque él nunca había creído en estas cosas, le siguió el juego.
Se trataba de pensar en una mujer en la que uno tuviese interés. Las cartas dictaminarían entonces el futuro de la relación. Un rey: amistad. Dos reyes: Sexo. Tres: Relación estable. Cuatro: Un amor eterno.
Sin calcularlas, la mente algo alcoholizada ya de él pensó en que las probabilidades de que saliesen ciertos reyes eran más o menos congruentes con las posibilidades de conseguir una cosa u otra de una mujer. Era un puro juego matemático que, por lógica, se acababa correspondiendo muchas veces con los acontecimientos reales. La magia, si era lo suficientemente primitiva, era indistinguible de la ciencia.
Las cartas se revolcaban por la mesa, los ojos astutos las vigilaban con severidad. Las tres mujeres, todas menudas, todas vestidas de negro, sí podrían haber sido hechiceras.
¿Pero no se bailaba, en los aquelarres? Sí se bebía, sí se hacía en la oscuridad, pero no en un bar del Raval, perfectamente vestidas y chupeteando un mojito.
El resultado fue de dos cartas. ¿La chica en que él había pensado, alguien a quien en realidad conocía casi casi solo de vista, y a quién había recurrido mentalmente más por pereza mental que por otra cosa, acabaría con él en la cama?
Las cartas para adivinar el futuro eran, claramente, una chorrada. Por muy tríada de brujas que pudiesen ser, por mucho que se vistieran de negro, y aunque al final incluso consiguiese asignarle un papel a cada una, él no creía en esas cosas.

Pero durante los días siguientes, cada vez que recordaba el resultado de las cartas, no podía evitar sonreír. Quizás... quizás no se lo acababa de creer precisamente porque no había sabido decir qué bruja era cada una de sus amigas. Quizás, si conseguía descubrirlo, la realidad se haría aparente y vería con claridad que la predicción era una verdad que esperaba solamente el tiempo adecuado para cumplirse...

Pronto echaba estas elucubraciones estúpidas de su mente y se dedicaba a otra cosa... pero, al cabo de un tiempo, inesperada, la sonrisa volvía y el ánimo se le alegraba, por muy escéptico que pudiera ser.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Documentación informativa

El siguiente documento, en inglés en el original, forma parte de las pruebas recogidas por la policía de Blatimore, Estados Unidos, en el caso 19288371. Actualmente se encuentra almacenada en la biblioteca de la Universidad de Miskatonic, en Arkham, Estados Unidos:

Lunes 12 de diciembre

La reciente misiva de Roderick me ha turbado hasta niveles que no consigo superar. Los viejos recuerdos, esa adolescencia que pasamos juntos... Me llena una melancolía intolerable que sólo los más poderosos narcóticos consiguen apagar. ¿Qué hacer?
Sufro, además, Por Madeline.


Martes [Ilegible]

Esta noche he soñado de nuevo con la Escuela Manderley Para Jóvenes Dotados. Me ha angustiado otra vez la soledad que sentí en esos años, rota solo por la compañía de [Roderick].
Conspiramos, confabulamos, pero al final todo terminó.
¿Por qué retomar el contacto con Harvey?

Miércoles 14 de diciembre

Me he sentido mal todo [el día], como si un velo de algodón me embotase los sentidos. Últimamente me cuesta respirar. He estado hablando con mi amigo, en sueños, y ya no puedo soportarlo más: no puedo abandonarlo en su soledad. Mañana, o en dos días si no consigo solucionar mañana unos asuntos, partiré a su encuentro.
Pero, de algún modo, siento como si mis miembros estuviesen atados, inmovilizados.

Jueves 15 de diciembre

Esta mañana, cuando uno de los criados vino a traerme el desayuno, el simple crujido de sus pies sobre la madera del piso me hacía retorcerme de dolor. El sonido, todos los sonidos, se han vuelto insoportables.
[Ilegible]
He decidido echarlos a todos. No soporto más su constante corretear por la casa. He llegado envuelto en tinieblas blancas, en mi camisón, cubierto de sangre. ¿Es mi sangre? ¿Es la de Roderick?
Soy Harvey.
¿Soy Harvey Ulisses?

¿Quién [Ilegible]

Viernes 16 de diciembre

Harvey ha llegado hoy a la mansión. Él también conoce la crueldad de los míos. De los de mi sangre. La casta maldita, de crueldad natural, monstruos por instintos, capaces de sacrificar la identidad de su única hija para salvar el linaje.
Pero yo nunca seguí el plan. Nunca adopté.
Madeline, por fin, vuelvo a andar. Pero Madeline no existe, desde que nació que he sido Roderick. Pero Roderick es una mentira, solo hay Madeline. ¿Y Harvey?
Insustancial, mi único amigo, me ayudó a enterrarla para siempre. Pero ha vuelto, la he recordado.
Pronto no podré tener hijos nunca más. Mejor así. Será el fin de la crueldad.

Aún así, habrá que asegurarse.

[El documento es una página arrancada de un diario Moleskine. La caligrafía, nerviosa, es dificil de identificar y de descifrar, pues se encuentra agresivamente tachada con la pluma hasta el punto de llegar a rascar el papel, pero estudios grafológicos parecen indicar que se trata de la víctima de suicido (caso 19288371) , Roderick Usher, ecncontrado ahorcado en su vieja mansión del Pantano Usher, en Baltimore.]

martes, 3 de noviembre de 2009

Bloqueo

-¡Que no pienso salir de casa! ¡Que no, déjame en paz!
-¿Pero qué te ocurre, Manuel?
-¡Déjame en paz, no pienso salir!
-¡¿Pero por qué?!
-¡Porque soy virgen!
-¿Vir...? ¿Pero qué tendrá que ver que seas virgen o que...?
-¡Que me dejes en paz, que no pienso salir a la calle porque soy virgen!
-¿Pero qué ocurre, que te da vergüenza? No se te nota nada raro, si es eso no te...
-¡No seas idiota!
-¡No te pases ni un pelo, Manuel!
-¡No pienso salir a la calle porque es un riesgo demasiado grande!
-¿Un riesgo? ¿Riesgo de qué? ¿Te preocupa que vayan disparando a la gente virgen por la calle?
-¡Pues claro que no! ¿Me tomas por idiota?
-Entonces, ¡¿Por qué?!
-Imaginate que salgo a la calle, voy a cruzar y, ¡BAM! Me atropellan.
-Eso qué...
-O que cruzo la calle, llego hasta la esquina y ¡BAM! ¡Un chungo me amenaza con una navaja, malinterpreta uno de mis gestos y me pega un cuchillazo!
-Y eso te va a pasar porque seas...
-O doblo la esquina, me encuentro de pronto enmedio de una manifestación que se vuelve violenta y, como me parezco al instigador, ¡BAM! ¡Una brutalidad policial acaba con que me matan accidentalmente!
-Eso es muy impr...
-O me salgo de la manifestación a tiempo pero me he frotado sin quererlo con una sindicalista con muchos gatos, paso por delante de un anciano que pasea a un doberman enorme y ¡BAM!, ¡Me huele y me arranca la cabeza de un mordisco!
-Pero qué...
-O el perro no huele nada, pero el viejales está infectado con una rara enfermedad tropical y me la contagia y, ¡BAM! ¡Antes de volver a casa por la noche ya estoy muerto por las callejas de la ciudad!
-¿Pero cómo quieres que te pasen esas cosas? ¡Deja de comportarte como un idiota, Manuel!
-¡Lárgate ya y déjame en paz! ¡No tengo la menor intención de morir virgen! ¡No pienso salir!

martes, 20 de octubre de 2009

Entrevista con el quidam.

Me froto los ojos, intentando esconder un bostezo. Es muy tarde para mí, hombre de sueño exigente, pero no había otra manera. Y esta entrevista puede ser crucial, la que me elevase de la categoría de simple plumilla de diario local a respetado periodista internacional.
Sentado en la butaca, está mi amigo. Quisiera hacerle una fotografía, pues su aspecto es interesante, con la piel relativamente pálida sobre el cuero oscuro, ojeando una de las revistas que tenía sobre la mesilla auxiliar. Pero, claro, no serviría de nada, la fotografía aparecería vacía. Mi amigo es un vampiro.
Maldigo interiormente a Anne Rice por haber hecho famosa una novela con el título "Entrevista con el vampiro". Hubiese sido un título perfecto para esta pieza, o incluso para un posible libro, pero claro... Ya no podía utilizarlo.
Si al menos el vampiro se llamase de otro modo, podría haber usado su nombre como título. Pero "Severino" no es ni exótico ni romántico, y no evoca más que casposos bigotillos franquistas o ancianos decrépitos y marchitos.
Y ese no es precisamente el aspecto de Severino. Es muy delgado, y ahora viste su sencillo traje a cuadros, propio de un profesor poco estiloso o un oficinista que viste de saldos. Lo cual es lógico, pues antes de ser vampiro, había sido profesor de primaria en un pequeño pueblo de interior.
Me siento en el sofá que hace ángulo con la butaca y sorbo algo de café, caliente y humeante.
-Mmh, huele bien. -Dice Severino, apartando la revista. -A veces me pregunto por qué no harán perfumes con el aroma del café recién hecho.
Le sonrío mientras pongo una grabadora sobre la mesilla. La verdad es que odio hacer las entrevistas con grabadora, pero en este caso el testimonio sonoro podría ser interesante para vender la historia. Desde luego, si grabar con una cámara a Severino fuese posible, lo habría preferido. Pero en fin. Lo que no haré será renunciar a tomar notas en una de mis fieles libretas.
-Te agradezco de nuevo que accedieras a hacer esta entrevista, Severino.
-¡No es nada, Carlos! Además, sabes que agradezco la compañía... durante el fin de semana, todo bien, pero entre semana todo el mundo tiene que dormir. Y como ni siquiera puedo quedar para ir a cenar con nadie, pues acabo viendo la película de turno en el plus.
-Hombre, la verdad es que si he conocido a un cinéfilo, ese eres tú.
-Bueno, pero al final uno se cansa de ver una película cada noche... Y, además, el problema del plus es que tengo que pegar cinta aislante en la esquina de la pantalla.
-¿Cómo? ¿Eso por qué?
-¡Para tapar el logo! ¿No ves que es una cruz? Y si pongo la tele un minuto antes de la película, o uno después, los anuncios con el logo de las narices me pegan unos sustos...
Un vampiro que se asusta de la televisión. Vaya forma de empezar la entrevista. Lo que de verdad me interesa es conseguir alguna culebronada a lo Crepúsculo, o un relato de refinado terror como el de Drácula... O quizás una trágica historia de origen. Sí. Por eso es por lo que le voy a preguntar ahora.
Severino sonríe de nuevo, y fija los iris rosados, casi blancos, en la ventana y en el pasado. Lo observo mientras recuerda. Tiene el cuerpo blanco y chupado, como un guante de látex que se ha hinchado y deshinchado demasiadas veces, pero el blanco absoluto de su piel lo interrumpe un completísimo mapa del sistema circulatorio humano, profundamente granate, que casi se diría que se puede ver estremecerse con el paso de la sangre densa y oscura. Después de unos instantes, vuelve a fijar la vista en mi.
-Todo esto pasó hace ya muchos años... Yo ya era un anciano profesor de primaria, allá, en el pueblo. Don Severino, estricto pero benévolo, respetado por todos, querido por muchos... tenía una buena vida, sí señor. Pero, claro, entonces pasó lo de Cris.
-¿Cris? ¿Quién fue? ¿Un romance perdido? ¿Quizás una amada, víctima de un malvado vampiro del que solo se podía vengar abrazando su pervertida naturaleza?
-¿Qué? No, no, nada de eso. Cris es el diminutivo de Cristóbal Moreno. Había sido alumno mío en el colegio, pero justo cuando empezaba el curso dejó de asistir a clase.
-¿Murió?
-No, no. Sus padres me mandaron una nota diciendo que ya no asistiría más.
Suspiro. ¿Notas de papá y mamá? Este relato tiene interés para un historiador, quizás, que se centre en los vampiros. ¿Pero eso qué valor periodístico tiene? Sin percatarse de que he dejado de tomar notas, Severino prosigue su relato.
-Y Resulta que una noche, cuando el curso ya se había acabado, la familia Moreno me invitó a cenar. Yo había conocido sobretodo al señor Moreno, pero ya hacía varios años que había muerto. Fue su sucesor, quien se había casado hacía poco con la viuda Moreno, quien me transformó en vampiro.
Rápidamente, hago una extraña línea ondulante que intenta resumir lo que me acababan de contar.
-¡¿Así pues, el vampiro había matado al señor Moreno para quedarse con su señora?!
-¡Oh, no, qué disparate! -Severino rió con su característica voz andrógina.- La señora Moreno conoció a Bartolomeo, pues así se llamaba el vampiro, una noche cuando oyó un ruido fuera de la casa. El pobre, estaba corriendo por los tejados cuando tuvo la mala suerte de fijarse en que los cruces de las calles tenían, precisamente, forma de cruz. El susto le hizo desmayarse y caer justo delante de la puerta de los Moreno.
He vuelto a dejar de tomar apuntes.
-Todo esto y algo más fue lo que me contaron esa noche... ¡Fue bastante sorprendente!
-¿Mmh?
-¡Todos en la familia se habían vuelto vampiros!
-¡Oh! ¿La invitación a "cenar" fue, por lo tanto, una excusa para alimentarse de ti?
-¡Dios mío, no! Como los vampiros no necesitan comida (más que la consabida sangre), calefacción, agua, ni prácticamente nada, los Moreno habían decidido ser todos vampiros. Pero eso significaba que el pequeño Cristóbal no podía ir al colegio. Por eso, me pidieron si podía hacerle clases particulares.
-Ah.
-Y, bueno, un tiempo después de empezar con las clases, Cris me dijo que si no me gustaría ser un vampiro. Y cómo estaba ya muy anciano, los achaques me hacían el día a día cada vez más dificil y, en realidad, estaba a punto de jubilarme, me dije ¡Qué demonios! Y así, después de consultarlo con sus padres, me transformaron en vampiro.
¡No te puedes imaginar qué sensación de purificación que siente uno al vampirizarse!
Vuelvo a estar alerta. Lo que me ha contado hasta ahora es terriblemente aburrido para mis lectores. Pero ahora ya podía ver el titular. "Ser vampiro te purifica el alma". A la gente siempre le ha gustado maravillarse ante la parte positiva del vampirismo, regocijarse ante la simple imaginación de la posibilidad de ser un vampiro aunque nunca pudiesen llegar a atreverse a dar el paso a serlo aunque hubiesen conocido a uno.
-¿Purificación? -le digo- ¿Dirías que ser vampiro te purificó el alma?
-¿El alma? No, no, no me refería a eso.
-¿No?
-No, en realidad es... es como... como una enorme purga.
-Una... purga...
"Ser vampiro es como una enorme purga" no es tan buen titular.
-Sí, sí. De pronto, todos los contenidos de tu cuerpo, todos los líquidos, los jugos gástricos, los excrementos, el sudor, la propia sangre... todo se expulsa. Hay que admitir que es todo un poco asqueroso. Pero una vez uno está vacío y bebe la primera sangre de su no-vida, uno se siente limpio, como una máquina impoluta perfectamente engrasada por la sangre ajena, procesada y purificada para ser una perfecta gasolina que te hace funcionar sin la más mínima mácula.
-Uhm. Ya veo. -tengo que cambiar de tema, a algo con más chicha- ¿Y el hecho de chupar la sangre a la gente no te carga la conciencia?
-¡Oh, nada de eso! Hay gente que cede su sangre a los vampiros a cambio de favores.
-¿Qu...?
-Son pocos, y a ellos les conviene mantener el secreto, pero a cambio de que les hagamos arreglos en casa, les hagamos traslados, nos encarguemos de las plagas o cosas similares, nos dejan mordeles un poco y tomar la sangre que necesitemos.
-Yo... Oye, Severino... Estoy muy cansado, quizás sea mejor que vuelvas a casa y lo dejemos para otra noche. Lo siento, pero esto de no dormir...
-Lo entiendo, no te preocupes, Carlos. Ya seguiremos otro día.
Se despide, amable. Se pone el abrigo, me pide permiso para llevarse la revista que había estado hojeando y le digo que sí, que se la regalo.
-Nos vemos el jueves que viene para la película semanal con Fernando, ¿Eh? -dice al despedirse.
Cierro la puerta, hastiado. Quizás, para el suplemento, en vez de esta entrevista escriba un reportaje sobre esos perritos que bailan en la Rambla...
Al menos será un tema más emocionante.

lunes, 19 de octubre de 2009

Defendiendo al amigo

Las brumas del alcohol y el tabaco humeante. El estupor de la bebida. Las masas de desconocidos. Los olores desagradables. Siempre describo la noche con las mismas palabras.
Pero el caso es que estabamos en un famoso bar, con sus sillas, sobadas anteriormente por cientos de culos borrachos, sus mesas, andrajosas y pegadizas, bebiendo de los pequeños vasos idénticos los licores servidos de jarras iguales, todo manoseado y rechupeteado por generaciones de individuos alcoholizados.
Pero, eh, ¡Que me gusta ir ahí con los amigos! Al menos con los amigos con los que me gusta emborracharme.
En fin, que estabamos en el bar de marras, pero no como íbamos a veces con los colegas. Esta vez era por un cumpleaños. El de la novia de mi amigo.
Ya hacía un rato que habíamos estado bebiendo y jugando a uno de esos absurdos rituales que mediatizan la consumición de alcohol y crean una dinámica social mucho menos aparentemente deprimente que el simple beber en compañía. Una chorrada. ¿Que me divertía, eh? Pero llevabamos ya lo suficiente como para que el alcohol y el cansancio ya de hacer el primo hicieran que los contertulios beodos empezasen a deambular por ahí. Cambios de sitio, meadas urgentes, salidas a tomar el aire...
Los tiparracos que se apresuraban por la taberna apestosa eran, en su mayoría, amigos de la novia de mi amigo y del amigo en cuestión, pero no amigos míos.
Y entonces esta amiga mia, novia de mi amigo, que hasta ahora había estado sentada entre él y yo, se levantó y se dirigió con pasos temblorosos a sentarse junto a uno de sus amigos. Un tipo vulgar, barbudo como todos los amigos de ella (y del novio), relativamente rollizo. ¿Un buen tío, eh? Bromeaban, reían, y en algún momento, ella le abrazó.
Las alertas se dispararon. No podía evitar sentir una especie de agresividad contra el tipo. ¡Esa era la novia de mi amigo!
Me pasa, cuando bebo.
Pero la fiesta en cuestión siguió con tranquilidad, y quizás tras una hora de tragar mezclas afeminadas de espirituosos flojos, la amiga se había sentado al lado de otro de los tipos. Barbudo, siguiendo la desaseada tradición, con la cabeza rapada en un intento de ocultar su ridícula calvicie.
Con su, ja ja, increíble ingenio, soltaba la lascivia empaquetada en pequeñas píldoras de humor. Cojonudo el tío, no me malinterpreteis. Pero el caso es que tuvo suerte de que no pudiese levantarme de la trompa de mamut que llevaba a cuestas, porque ¿Qué coño se creía que hacía? ¡Esa era la novia de mi amigo!
Pero el tipejo en cuestión sonreía también ante las bromas...
Ya no veía de qué cantidad era el billete que acababa de poner sobre la mesa para pagar la ultima jarra cuando ella volvió a sentarse entre su novio y yo mismo.
Las conexiones de mi maltrecho cerebro luchaban para ver algo entre la espesa oscuridad del sitio, con su música mal calibrada y las paredes excéntricamente decoradas. Una cabeza de animal por allí. Un antiguo anuncio de supositorios por allá. Una serie de discos que nadie conocía, colgados siguiendo alguna lógica insondable. Una horterada, en resumen.
La amiga paga la otra mitad de la jarra. Compartimos el brebaje y le digo algo, el alcohol ya me ha hecho olvidar el qué, ingenioso aunque algo picante. Se ríe y me abraza, cariñosa. Mientras tanto, mi amigo se ríe.
Mierda.
Llevo... dos años haciendo lo mismo que los barbudos. Pero soy un tío estupendo, ¿Eh?

jueves, 1 de octubre de 2009

Noche estrellada.

El calor que desprendía el cuerpo rollizo de Diego solía ser una molestia cuando se sentaba tan cerca, pero en el frío del mirador del Tibidabo en el que nos encontrabamos, resultaba relativamente agradable. Delante, sujetando el móvil con el altavoz encendido, estaba Leopoldo, bajito y tosco, para que pudiésemos escuchar la conversación. Y más allá, a través de las ondas telefónicas, nuestro viejo amigo Pau.
Normalmente, los cuatro ibamos las noches de los viernes al Tibidabo, a los varios miradores, buscando alguno no demasiado concurrido. Era entonces cuando Leopoldo lamentaba su reciente ruptura con su novia, a la que había dejado por infiel. Y cuando Diego, sentado demasiado cerca, insultaba a las mujeres con su particular mezcla de vulgaridad y resentimiento acumulado: su novia lo había dejado, por razones nunca conocidas, hacía ya cuatro años, cuando todavía era delgado y se vestía con camisetas de grupos de música alternativos.
El resto de la tropa éramos yo, largo y delgado, de miembros huesudos y cabeza enorme y pelada, incapaz de establecer una relación normal con la mayoría de seres humanos y, especialmente, con una mujer, y Pau, de aspecto poco notable excepto por el pelo extremamente rizado y con tan poca experiencia con el sexo femenino como yo, pese a su mucho menor dificultad para relacionarse con las damas.
Y eran precisamente estos dos últimos elementos los que nos habían reunido esa noche en el Tibidabo alrededor de un teléfono. Pau había ido a cenar a casa de una "amiga", que como ninguno de los tres sabía recordar como se llamaba, había recibido el mote de "La del e-mail".
Mote derivado, y todo acaba relacionándose, con el hecho de que, tras una fiesta, le mandó a Pau un e-mail diciendole que le parecía "mono". Por ello le había invitado a cenar a su casa. Y por eso estábamos los tres escuchando atentamente los tonos del teléfono de Pau.

Por fin contestó. Nervioso, como siempre que hablaba por teléfono, con un tono de voz mínimamente ahogado.
-¡Buenas! -Exclamó Leopoldo con su voz grave y ronca- ¿Cómo te va, tío?
Pau, telfóbico, respondió que bien.
Estábamos emocionados por él, pero yo, en mi costumbre de intentar quitarle importancia a cosas que puedan tenerla, pregunté por lo único que a nadie le interesaba.
-¿Bueno, Pau, y qué te ha dado de cenar?
Pau empezó a pronunciar una respuesta (mac...) cuando, en uno de sus tradicionales exabruptos, Diego escupió con voz de hincha en el campo -¡CARNE EN BARRA!
-¡Diegoooooo! -nos quejamos Leo y yo, al unísono mientras el aludido se reía a voz de grito mesándose la larga barba desordenada que le nacía en el cuello y se le desparramaba por el pecho.
Iba a decirle a Pau que siguiese hablando cuando, a través del pequeño altavoz, lo oí.
-yo no... pero ella sí.
En ese momento no supe qué decir. Los demás estallaron en vítores masculinos de los que se usan para decir "Machoteee" o "Mostruooo". Pero un peso, que hasta entonces no sabía que pendía sobre mi, se desplomó y me aplastó las entrañas.

Seguí escuchando el relato susurrado de Pau siendo el único miembro del cuarteto que no había tenido nunca nada con una chica.

jueves, 17 de septiembre de 2009

El peso

-¿Qué te pasa, hijo? Te veo deprimido...
-Nada... Solo... Que he vuelto a engordar.
-Bueno, bueno, ya verás, te haré una dieta que...
-¡No sirve de nada! He estado dos años de dieta, he bajado de peso... y lo he vuelto a recuperar.
-Bueno, ¡Si pudiste hacerte bajar de 101 kilos a 90 una vez, podrás volver a hacerlo!
-Y esta vez tendré que estar más tiempo... Que horror.
-¿Más tiempo? ¿Es que pesas más de los 101 kilos que habías llegado a pesar?
-Sí...
-¿Cuanto pesas, hijo? ¿Cuanto?
-He llegado a los 113.
-¡113! ¡Has superado los 110! ¡Qué buena noticia! ¡Papá, ven aquí!
-¿Buena noticia por qué? ¿Por qué llamas a Papá?
-¡Más de 110 kilos! ¡Es el peso óptimo! Tú no te muevas.

Y, después de veinte años, Papá pudo usar al fin el cuchillo que había llevado a todas partes desde el nacimiento de su hijo. Bon appetit.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Facebook

Gustavo pegó un mordisco al enorme taco que se había hecho traer del mexicano de la esquina. Masticó, ruidosamente y relamiéndose las cerdas gruesas del bigote, iluminado a penas por la luz de la lámpara del escritorio. La que de veras permitía verle era la de la pantalla del ordenador, blanco azulada, que ocultaba sus pequeños ojos amarillentos al reflejarse en las gafas grasientas.
Antes de volver a agarrar el ratón, se secó distraidamente los dedos en la camiseta negra de propaganda de Jack Daniels, que en hombres más apuestos podía proporcionar un look atractivamente pendenciero de rebelde nocturno pero que a Gustavo como mucho lo podía hacer parecer un enorme barril de Whisky.
Como de costumbre, tenía el Facebook abierto. Clic. Clic. Clic. Siempre abierto.
Una vez le había llegado la solicitud para unirse a un grupillo llamado "¿Por qué me agregas al facebook si luego ni me saludas por la calle?". Entró, y pudo ver que prácticamente todos sus contactos se habían unido. La gente parecía usar el Facebook para apretar sin ton ni son botones de "hazte fan", "escucha un consejo de...", "Qué tanto conoses a tus compadres?"... Y, por lo que parecía, a los de "aceptar" debajo de las peticiones de amigo.
Porque de todos esos contactos suyos, indignados ante la gente que "los agrega al facebook pero no los saluda por la calle", solo habría dos o tres que saludarían a Gustavo ya no por la calle sino atrapados en una balsa de salvamento enmedio del Océano Pacífico.
Pero Gustavo se alegraba. Clic. Clic. Clic. Mandaba peticiones de amistad a antiguas compañeras del colegio a las que rastreaba, alumnas de su misma clase en la carrera, vecinas, chicas con las que había coincidido casualmente alguna vez...
Y ellas aceptaban.
Todo el mundo usaba el Facebook a lo loco, pero Gustavo... Gustavo no. Él sabía lo que hacía.
Volvió a morder el taco, y una parte de la carne triturada se escapó por un lado y le pringó la mejilla y parte de la perilla. Se secó con el reverso de la mano antes de seguir navegando. Clic. Clic. Clic.
Esas chicas del facebook tenían algo más en común, además de aceptar como a "amigos" cibernéticos a seres grotescos como Gustavo. Eran, en palabras del internauta obeso, "bonitas". Y, como amante de la belleza, Gustavo se dedicaba a observarlas. Facebook era un libro abierto a sus vidas. O, mejor dicho, un álbum de fotos abierto.
¿Que "Elena Salgado ha sido etiquetada en el álbum A la playuki!"?
Clic. Clic. Clic.
¿Que "Sandra Artós ha publicado el álbum Cena en casita ?
Clic. Clic. Clic.
¿Que "Maria Sedal ha cambiado su foto de perfil"?
Exactamente: Clic. Clic. Clic.

Pero hoy era distinto. Lo había sido desde esa mañana, cuando ELLA lo había aceptado como ciberamigo. Selene DuPrez. Había coincidido con ella en una ocasión, en la fiesta sorpresa en la que necesitaban a gente para hacer bulto y lo habían invitado a él. Esta chica, pionera del Facebook, tenía la colección más grande de fotografías que Gustavo había visto en su larga vida de voyeur cibernético. Hasta ese momento, la chica con más fotos había sido Carla Juñer, con setecientas. Selene tenía más del doble.

Esa mañana, por alguna razón, Selene le había aceptado su solicitud de amistad. Disparado, se dirigió hacia su página de perfil, y sin perder el tiempo en buscar álbumes, pulsó "Ver fotos de Selene", un compendio de todas las fotografías colgadas en Facebook, por cualquier usuario, en las que ella apareciese.
Y, siguiendo una vieja tradición internauta, en vez de fotografías, consiguió que apareciese un mensaje de error. "¡Ups! La fotografía no puede mostrarse porque nuestros servidores están saturados. Prueba de nuevo en unos instantes".
Esos instantes se convirtieron en horas.
Horas terribles.

Esa chica había obsesionado a Gustavo desde el la noche en que la conoció. Esa noche no se apartó del grupito donde estaba ella, aunque no se atrevió a decirle nada por timidez. Solo la observó. Rió cuando reían. Bebió cuando bebían.
Y acabó por los suelos, porque eso significaba beber todo el tiempo.
Gustavo se tuvo que conformar con observar su foto de perfil. En un ángulo extraño, su cara, rodeada de algunos colores emborronados por la velocidad de un movimiento. Después de mucho pensarlo, Gustavo decidió que parecía una foto tomada desde arriba mientras ella giraba sobre si misma con un vestido de colores. Era raro, pero no sabía qué podía ser sinó.

Tanto tiempo estuvieron no disponibles los álbumes de fotos de Selene que Gustavo incluso se planteó, por un instante, escribirle algo. En todo el tiempo que había tenido Facebook, no le había escrito nada a nadie. Era una locura. Pero es que esa chica lo volvía loco. La verdad era que, cuando miraba fotografías de otras ciberamigas, siempre las comparaba con esa chica a la que había visto brevemente una noche. Cuando, por la calle, se cruzaba con alguna desconocida atractiva, siempre lo era en relación a Selene. Cuando alguna mujer lo besaba en sueños, ella no respondía más que al exótico nombre de Selene DuPrez.
Se habría atrevido a decir que estaba enamorado de ella si fuese posible enamorarse con el pene.

Entre intento e intento, la única fotografía de ella que podía ver era esa fotografía en que giraba sobre sí misma. Alegre, sonreía, con los ojos medio cerrados. Claros, casi azules, los iris miraban hacia el objetivo de la cámara, enmarcados por una espesa fila de pestañas largas y oscuras. Encima, protectoras, dos finas cejas de un color lo bastante oscuro como para que los ojos adquiriesen un resplandor mágico, un tono acuoso imposible de encontrar en ninguna agua del mundo. Y, Gustavo los recordaba bien, aunque no hubiesen estado entrecerrados, habrían sido ligeramente almendrados, lo que hacía que, de algún modo, siempre pareciesen sonreir.
Debajo, una nariz pequeña y respingona, del color moreno que cubría todo su cuerpo. A sus flancos, unas graciosas mejillas que coronaban la bella sonrisa. Y, para sostenerlo todo, la fina barbilla, lisa, perfectamente esculpida, en linea con el resto del cuerpo estilizado y cincelado a la perfección. Pero ese cuerpo no se veía en la foto de perfil, sólo se podía disfrutar de su rostro, fenomenal, y del pelo castaño, suelto y al vuelo gracias a la vuelta congelada a base de cámara fotográfica.

En un momento determinado, se le ocurrió algo. Esa foto, en pleno baile, con Selene radiante de felicidad, tomada desde lo alto... ¿Quizás la había tomado un novio? ¿Un novio fotógrafo, a lo mejor?
Lo imaginaba, de mentón cuadrado, barbita de tres días, a la moda, alzando la cámara con uno de sus brazos lustrosos y palpitantes de músculos. "Sonríe" le dice a ella, que está haciendo este baile infantil en privado. "¡No, tonto, no me hagas fotos ahora!" rie ella mientras deja de girar y se lanza contra su cuerpo desnudo. Porque, ahora lo entiende, esa tela de colores no es ni un vestido ni un poncho. Es un edredón, y ahora ambos se cubren con él en un abrazo, ocultando el cuerpo poderoso y de piedra del novio y la perfección menuda de ella.
Aunque, no, Selene es bajita, y no hace falta ser un novio enorme para hacerle una foto desde lo alto. Podría habersela hecho cualquiera. Una amiga, incluso su padre, o su hermano.
Mirando los álbumes de otra gente, había visto a las chicas enroscadas entorno a sus novios, besándolos, queriéndolos, inculso en alguna ocasión había fotografías, siempre de las caras risueñas, siempre de aspecto inocente, tomadas en una evidente desnudez de ambos. Pero nunca había sentido celos, solo el odio sordo y amargo que sentía por quienes vivían vidas felices y normales.

Y esa noche, por fin, cuando se sentó ante el ordenador con la cajita del restaurante Mexicano por abrir y con una botella de dos litros de Sprite por estrenar, las fotos de Selene volvieron a estar disponibles. Se abalanzó sobre ellas como una bestia hambrienta. Y, masticando sonoramente la comida, sorbiendo grandes cantidades de gaseosa al limón entre gruñidos, Gustavo la devoró también con la mirada.

Clic. Clic. Clic.

Ese cuerpo, pequeño pero no escuálido, de músculos fuertes pero no masculinos, listos para saltar a la acción, como un resorte... Como una mujer lasciva ante un fornido gigoló, Gustavo recorría con las pupilas todos los pequeños relieves de sus brazos, visibles en esta serie de fotografías tomadas en los jardines de su universidad. Con avidez, casi podía sentir el relieve de esa cara que tanto había mirado ese día, aunque por fin en posiciones distintas, desde ángulos normales, pudiendo ver las orejas pequeñitas y adorables, el cuello largo y refinado...

Clic. Clic. Clic.

Como no estaba mirando un álbum completo sino la colección de todas las fotografías en que ella aparecía, pronto pudo recordar como eran esas piernas, fenomenales, gracias a fotografías en minifalda. Y en esta foto, en la que estaba descalza, se apreciaban los pies, delicados. Al lado de los de Gustavo, hacían que é pareciese que tenía las enormes y toscas zarpas de Pedro Picapiedra y ella los minúsculos y finos pies de Wilma.

¡Oh, aquí venía algo bueno! Fotos en la playa. Clic. Aquí pudo descubrir algo que no había visto en la fiesta en que la había conocido. Tenía una cintura preciosa, una concavidad perfecta, con un vientre perfectamente plano y una espalda bronceada e impoluta. Clic. Sobre el hombro izquierdo, una pequita juguetona. Al final de la espalda, un trasero pequeño, firme y respingón, tal como correspondía a un cuerpo tan exactamente diseñado como el suyo. Clic. Y, una de las partes por las que ella sabía que era más apreciada, tal como bromeaba en la fiesta. Unos senos perfectos, del tamaño, la forma, la consistencia, la presencia, el volumen adecuados. Eran perfectos para ella, y su tamaño relativamente grande para una chica menuda era tan armonioso que parecía imposible que fuese así. A su lado, el resto de amigas que posaban en bikini para las fotos parecían tener una especie de extrañas jorobas adosadas al tórax.

Gustavo se pasó la mano por la larga melena, que se le desparramaba ante los ojos, y la llenó de salsa Chipotle, pero no se dio cuenta. Eructó, todavía con los ojos fijos en la figura de Selene, que en esta foto corría hacia las olas, riendo y salpicando, hacia un fotógrafo que ya estaba en el agua.

Esa chica era la perfección hecha carne. No demasiada, no demasiado poca, la medida exacta y en los lugares y de las formas adecuadas. Era mejor de lo que había recordado, de lo que había imaginado. Hizo la botella de Sprite a un lado que, vacía, cayó con estrépito al suelo. Gustavo miró el número de la esquina de la foto, que le indicaba cuantas le quedaban por mirar. Más de mil. Pocas veces había estado tan feliz.

Clic.

En las siguientes seis fotos, Selene aparecía disfrazada de Elvis Presley, con el pelo recogido en un enorme tupé, patillas falsas, las gafas de sol características del Rey del Rock y un su icónico vestido blanco con volantes y escotado. Resultaba extrañamente sexy.

Clic.

Después, una fotografía de baja resolución, tomada con un teléfono. La amiga con quien posaba no conseguía parecer más que un amasijo de Pixels.

Clic.

Y, de pronto, una foto de niños pequeños. Era vieja, analógica, y alguien la había escaneado. Miró el álbum: Fotos Colegio Santa Amelia. No conseguía reconocerla... Gustavo buscó a Selene entre las etiquetas. Había estado todo el tiempo en el centro de la foto.

Era la niña obesa.

Un retaco gordo y grasiento, de proporciones no muy distintas a las de él mismo. Los ojos, azules, parecían hundidos en un rostro hinchado. Las mejillas, descontroladas, intentaban ahogar toda la preciosa mandíbula, y solo la punta del mentón conseguía escapar del abrazo de los carrillos y la papada.

Gustavo pulsaba la tecla "siguiente", con ojos desorbitados. Clic. Clic. Clic. La niña de pelo grasiento. La niña capturada en una torpe postura mientras imitaba a las Spice Girls. La niña Que se secaba la frente brillante con la manga de la bata.

Gustavo no podía creerlo. Esa chica había sido horripilante. Había sido horrorosa. Había sido como él.

Y ahora era perfecta.

Sintió un extraño sentimiento de hermandad, una peculiar calidez, un atisbo de esperanza.

Ya se habían acabado las fotos de infancia, y volvía a ver a la mujer imponente en que se había convertido ese ogro.

Observó los ojos.

Observó la sonrisa.

Observó las curvas.

Le quedaban más de novecientas fotos por mirar. Con un bostezo, volvió a su página inicial de Facebook. Comió distraidamente las migajas de taco que le habían quedado pegadas a la camiseta cuando vio que "Cristina Simón ha sido etiquetada en el álbum Fiesta de la espuma".

Se olvidó de Selene.

Clic. Clic. Clic.