Los pies no sabian dónde estaban, y no sólo porque habían cambiado de situación geográfica a una velocidad mucho mayor de la que hubiesen podido llevar por sus propios medios. Tampoco era por el ligero cambio horario, claro. Lo que sí sabían, pese al entumecimiento causado por el dolor de andar horas y horas por la capital del Empire, es que no tenían nada que declarar. Tiraron por el camino marcado con el simbolito verde, y las puertas automáticas, opacas, se abrieron. O, tal vez, ya estuviesen abiertas, para dejar paso al viajero anterior. El caso es que los pies estaban por otra cosa, la verdad, pues la sensación de falanges, tarsos y metatarsos arremolinados en un amasijo de dolor ya era suficiente para distraerlos de la tarea de seguir andando.
Manuel, el encargado del pie Derecho, sudaba conectado a sus aparatos. Habían sido unos días muy duros, ya cada vez que llegaba su relevo, Jose, sentía como si su cuerpo, de pronto, se transformase en gelatina. Alivio y alegría brotaban de lugares ocultos, que no era consicente de conocer, y una sonrisa le deformaba el rostro cansado.
Tuvo que esperar aún unos minutos hasta que el hombre, tan gordo y calvo como él mismo, se enchufase al segundo terminal. Sólo entonces podría ceder el control y liberarse de esa carga tan pesada.
Con una toalla al cuello, se montó en el ascensor. "¿Zona residencial", pensó, "O voy a pasar un rato al bar?"
Se decidió por lo segundo, y el ascensor ascendió rápidamente, aunque las instalaciones de la pierna derecha estaban maltrechas, pese a las obras quirúrgicas a las que se había sometido la estructura en más de una ocasión, y el traqueteo podía asustar a quien no estuviera acostumbrado. Pero Manuel, Manolo para los amigos, no era precisamente un principiante.
En el bar, se sentó al fondo, en su mesa de costumbre. Las caras eran todas conocidas, otros encargados destrozados por un día de trabajo que siempre coincidían en el bar... pero estaban tan cansados que la relación social era algo raro.
Cuando se percató de que había llegado, Julián, el encargado de mantenimiento de la Piel, se le acercó con dos cervezas y ganas de cháchara... cómo se notaba que era un vago, y que descuidaba su trabajo. Pero era así... ya en el colegio había sido un manta, y él mismo había sido solo marginalmente mejor estudiante. Los buenos de verdad eran Serafín, o Gabriel, que actualmente se encargaban de las Manos, o Germán, que actualmente estaba en la cabeza...
De lo que les había servido. Su trabajo, sí, tenía más prestigio que el de ese desgraciado que se sentaba dos mesas más allá, un tal Muñoz, que estaba subcontratado para encargarse del crecimiento de las uñas, o del trabajo mismo de Manuel, por muy importante que pudiese resultar en el día a día la capacidad de andar. Serafín y Gabriel estaban cargadísimos de trabajo, siempre cambiante, siempre agotador... El ente utilizaba mucho las manos. Dibujaba, escribía, se rascaba continuamente en una serie de tics nerviosos agotadores, se mesaba la barba...
Y el pobre Germán, encargado del cerebro. Ese no paraba nunca, y no sólo enviava señales al resto del cuerpo, sino que recibía las que le mandaban desde todos los sectores. Sed, hambre, sensaciones táctiles, sentimientos, recuerdos, picores... un flujo continuo de mensajes que le llegaban directamente a las sinápsis mediante los aparatos a los que estaba conectado.
Pobre Germán. Él no podía librarse del dolor de pies cuando llegase el relevo... lo sentía, estuviese quien estuviese en los Pies, y además notaba el cansancio de la espalda, el picor de la cabeza, la pequeña quemadura en el dedo anular...
Manuel ni se hacía una idea aproximada de lo que era estar en el cerebro del ente. Atrapado, flotando en una cápsula de líquido nutritivo y oxigenado (en el que, por desgracia, también tenía que defecar) y cubierto de cables que lo perforaban hasta la médula. ¿Quien iba a pensar que Germán, ese estudiante modelo de grandes ojos y pelo rizado, se iba a convertir en el amasijo de carne arrugada y pelona que se revolvía en la sección más importante del cuerpo?
Recibía los pensamientos del ente, sus sentimientos, sus procesos subconsicentes, sus percepciones, sus recuerdos, sus deseos... Y, en realidad, todo. El sonido de la terminal del aeropuerto. El peso de la maleta, rodando detrás de él. El olor sudoroso de sus amigos, compañeros de viaje. La masa que forma la muralla de personas que han venido a buscar a quienes han llegado a la ciudad.
De la zona pensante del ente, le llega el pensamiento: "Pero nadie nos ha venido a buscar a nosotros". Lo sigue una ligera tristeza, que se une a la causada por el fin del viaje y el cansancio. Y Germán las siente, como si fuesen suyas.
Siente también que juguetea durante unos instantes con la idea de bromear sobre el tema y hacer ver que alguien los ha venido a buscar, saludando, pero se contiene. Uno de sus amigos hizo el mismo chiste en el viaje de ida.
Y, de pronto, de los ojos le llega la imagen de una persona conocida, aunque su movimiento, tanto por la trayectoria como por la velocidad, además de por lo inesperado de la aparición, le sorprenden.
Es la entidad 1914-M, conocida como "Maria", que llega saltando a enorme velocidad para lanzarse en brazos de su novio, uno de los amigos y compañeros de viaje, 4171-D, "David", que observa boquiabierto.
Se besan, y Germán siente la sorpresa de su ente, y un pinchazo de envidia. A 4171-D sí le han venido a buscar. Él tiene novia, y está aquí.
Cuando ella se gira y le saluda a él, un pellizco de orgullo añade "Después de a su novio, yo soy el primero al que saluda!"
Proyectando sus sentimientos, decide decirle, riendo, a su amigo que aún está en estado de shock, y que no sabe como reaccionar. Por un instante ha fantaseado con la idea de que su hermano también hubiese ido a buscarle, pero no, está en casa, estudiando. Probablemente por esa razón el ente luego tardase en irse a casa, decidiendo cenar con algunos de sus amigos en vez de ir immediatamente a ver a su hermano.
Otro de los entes compañeros de viaje y amigos llama a otro ente amigo pero no compañero de viaje. Ha venido a buscarlos en coche.
A veces, cuando los impulsos que le llegan son estables, Germán se toma unos momentos para relfexionar sobre su vida, sobre su función. El encargado de un Pie, por poco que haga, recibe los impulsos del pie, y se los manda a él, y hace posible el andar... de forma activa. Un encargado de las manos, en todo momento, debía pilotarlas con habilidad y oficio, para conseguir hacer las complicadas maniobras y fintas que efectúa una mano normal, hasta en el gesto más banal de todos los gestos posibles. Pero él, en cambio, no era más que un receptáculo, un catalizador, un computador entre los distintos sectores del ente y su zona consciente y pensante, su subconsicente y su superego. Él no era más que un enrome cacahuete arrugado y enchufado a un enorme sistema, incapaz de hacer nada, en realidad, pero necesario para que todo pudiese ser hecho.
Volvía a estar pensando en esto, pensamientos negros y depresivos, en el trayecto hacia el coche, pero se le pasaron cuando vio la enorme alegría de 1914-M mientras andaba al lado de 4171-D, como ambos sonreían, embobados, abrazados. La sonrisa que se dibujo en la cara del ente fue de él, pero ni siquiera el mayor experto en el interfaz ente-encargado podría haber descartado que quien rió alegre ante la alegría ajena no fuese Germán, o como mínimo de una mezcla entre el piloto y el pilotado.
La envidia acabó de disolverse cuando llegaron al coche. El ente chófer, normalmente tenso y algo distante, estaba sonriendo, genuinamente contento de recbirlos. Ambos, el ente novia y el ente cochero, estaban empapados de alegría.
Y, de pronto, el ente se sintió muy contento. A Germán le llegó el mensaje de la zona subconsicente.
"Tengo más amigos".
Esa noche, Germán no volvería a pensar en cual era su función.
Estás de lado...
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