Antes de volver a agarrar el ratón, se secó distraidamente los dedos en la camiseta negra de propaganda de Jack Daniels, que en hombres más apuestos podía proporcionar un look atractivamente pendenciero de rebelde nocturno pero que a Gustavo como mucho lo podía hacer parecer un enorme barril de Whisky.
Como de costumbre, tenía el Facebook abierto. Clic. Clic. Clic. Siempre abierto.
Una vez le había llegado la solicitud para unirse a un grupillo llamado "¿Por qué me agregas al facebook si luego ni me saludas por la calle?". Entró, y pudo ver que prácticamente todos sus contactos se habían unido. La gente parecía usar el Facebook para apretar sin ton ni son botones de "hazte fan", "escucha un consejo de...", "Qué tanto conoses a tus compadres?"... Y, por lo que parecía, a los de "aceptar" debajo de las peticiones de amigo.
Porque de todos esos contactos suyos, indignados ante la gente que "los agrega al facebook pero no los saluda por la calle", solo habría dos o tres que saludarían a Gustavo ya no por la calle sino atrapados en una balsa de salvamento enmedio del Océano Pacífico.
Pero Gustavo se alegraba. Clic. Clic. Clic. Mandaba peticiones de amistad a antiguas compañeras del colegio a las que rastreaba, alumnas de su misma clase en la carrera, vecinas, chicas con las que había coincidido casualmente alguna vez...
Y ellas aceptaban.
Todo el mundo usaba el Facebook a lo loco, pero Gustavo... Gustavo no. Él sabía lo que hacía.
Volvió a morder el taco, y una parte de la carne triturada se escapó por un lado y le pringó la mejilla y parte de la perilla. Se secó con el reverso de la mano antes de seguir navegando. Clic. Clic. Clic.
Esas chicas del facebook tenían algo más en común, además de aceptar como a "amigos" cibernéticos a seres grotescos como Gustavo. Eran, en palabras del internauta obeso, "bonitas". Y, como amante de la belleza, Gustavo se dedicaba a observarlas. Facebook era un libro abierto a sus vidas. O, mejor dicho, un álbum de fotos abierto.
¿Que "Elena Salgado ha sido etiquetada en el álbum A la playuki!"?
Clic. Clic. Clic.
¿Que "Sandra Artós ha publicado el álbum Cena en casita ?
Clic. Clic. Clic.
¿Que "Maria Sedal ha cambiado su foto de perfil"?
Exactamente: Clic. Clic. Clic.
Pero hoy era distinto. Lo había sido desde esa mañana, cuando ELLA lo había aceptado como ciberamigo. Selene DuPrez. Había coincidido con ella en una ocasión, en la fiesta sorpresa en la que necesitaban a gente para hacer bulto y lo habían invitado a él. Esta chica, pionera del Facebook, tenía la colección más grande de fotografías que Gustavo había visto en su larga vida de voyeur cibernético. Hasta ese momento, la chica con más fotos había sido Carla Juñer, con setecientas. Selene tenía más del doble.
Esa mañana, por alguna razón, Selene le había aceptado su solicitud de amistad. Disparado, se dirigió hacia su página de perfil, y sin perder el tiempo en buscar álbumes, pulsó "Ver fotos de Selene", un compendio de todas las fotografías colgadas en Facebook, por cualquier usuario, en las que ella apareciese.
Y, siguiendo una vieja tradición internauta, en vez de fotografías, consiguió que apareciese un mensaje de error. "¡Ups! La fotografía no puede mostrarse porque nuestros servidores están saturados. Prueba de nuevo en unos instantes".
Esos instantes se convirtieron en horas.
Horas terribles.
Esa chica había obsesionado a Gustavo desde el la noche en que la conoció. Esa noche no se apartó del grupito donde estaba ella, aunque no se atrevió a decirle nada por timidez. Solo la observó. Rió cuando reían. Bebió cuando bebían.
Y acabó por los suelos, porque eso significaba beber todo el tiempo.
Gustavo se tuvo que conformar con observar su foto de perfil. En un ángulo extraño, su cara, rodeada de algunos colores emborronados por la velocidad de un movimiento. Después de mucho pensarlo, Gustavo decidió que parecía una foto tomada desde arriba mientras ella giraba sobre si misma con un vestido de colores. Era raro, pero no sabía qué podía ser sinó.
Tanto tiempo estuvieron no disponibles los álbumes de fotos de Selene que Gustavo incluso se planteó, por un instante, escribirle algo. En todo el tiempo que había tenido Facebook, no le había escrito nada a nadie. Era una locura. Pero es que esa chica lo volvía loco. La verdad era que, cuando miraba fotografías de otras ciberamigas, siempre las comparaba con esa chica a la que había visto brevemente una noche. Cuando, por la calle, se cruzaba con alguna desconocida atractiva, siempre lo era en relación a Selene. Cuando alguna mujer lo besaba en sueños, ella no respondía más que al exótico nombre de Selene DuPrez.
Se habría atrevido a decir que estaba enamorado de ella si fuese posible enamorarse con el pene.
Entre intento e intento, la única fotografía de ella que podía ver era esa fotografía en que giraba sobre sí misma. Alegre, sonreía, con los ojos medio cerrados. Claros, casi azules, los iris miraban hacia el objetivo de la cámara, enmarcados por una espesa fila de pestañas largas y oscuras. Encima, protectoras, dos finas cejas de un color lo bastante oscuro como para que los ojos adquiriesen un resplandor mágico, un tono acuoso imposible de encontrar en ninguna agua del mundo. Y, Gustavo los recordaba bien, aunque no hubiesen estado entrecerrados, habrían sido ligeramente almendrados, lo que hacía que, de algún modo, siempre pareciesen sonreir.
Debajo, una nariz pequeña y respingona, del color moreno que cubría todo su cuerpo. A sus flancos, unas graciosas mejillas que coronaban la bella sonrisa. Y, para sostenerlo todo, la fina barbilla, lisa, perfectamente esculpida, en linea con el resto del cuerpo estilizado y cincelado a la perfección. Pero ese cuerpo no se veía en la foto de perfil, sólo se podía disfrutar de su rostro, fenomenal, y del pelo castaño, suelto y al vuelo gracias a la vuelta congelada a base de cámara fotográfica.
En un momento determinado, se le ocurrió algo. Esa foto, en pleno baile, con Selene radiante de felicidad, tomada desde lo alto... ¿Quizás la había tomado un novio? ¿Un novio fotógrafo, a lo mejor?
Lo imaginaba, de mentón cuadrado, barbita de tres días, a la moda, alzando la cámara con uno de sus brazos lustrosos y palpitantes de músculos. "Sonríe" le dice a ella, que está haciendo este baile infantil en privado. "¡No, tonto, no me hagas fotos ahora!" rie ella mientras deja de girar y se lanza contra su cuerpo desnudo. Porque, ahora lo entiende, esa tela de colores no es ni un vestido ni un poncho. Es un edredón, y ahora ambos se cubren con él en un abrazo, ocultando el cuerpo poderoso y de piedra del novio y la perfección menuda de ella.
Aunque, no, Selene es bajita, y no hace falta ser un novio enorme para hacerle una foto desde lo alto. Podría habersela hecho cualquiera. Una amiga, incluso su padre, o su hermano.
Mirando los álbumes de otra gente, había visto a las chicas enroscadas entorno a sus novios, besándolos, queriéndolos, inculso en alguna ocasión había fotografías, siempre de las caras risueñas, siempre de aspecto inocente, tomadas en una evidente desnudez de ambos. Pero nunca había sentido celos, solo el odio sordo y amargo que sentía por quienes vivían vidas felices y normales.
Y esa noche, por fin, cuando se sentó ante el ordenador con la cajita del restaurante Mexicano por abrir y con una botella de dos litros de Sprite por estrenar, las fotos de Selene volvieron a estar disponibles. Se abalanzó sobre ellas como una bestia hambrienta. Y, masticando sonoramente la comida, sorbiendo grandes cantidades de gaseosa al limón entre gruñidos, Gustavo la devoró también con la mirada.
Clic. Clic. Clic.
Ese cuerpo, pequeño pero no escuálido, de músculos fuertes pero no masculinos, listos para saltar a la acción, como un resorte... Como una mujer lasciva ante un fornido gigoló, Gustavo recorría con las pupilas todos los pequeños relieves de sus brazos, visibles en esta serie de fotografías tomadas en los jardines de su universidad. Con avidez, casi podía sentir el relieve de esa cara que tanto había mirado ese día, aunque por fin en posiciones distintas, desde ángulos normales, pudiendo ver las orejas pequeñitas y adorables, el cuello largo y refinado...
Clic. Clic. Clic.
Como no estaba mirando un álbum completo sino la colección de todas las fotografías en que ella aparecía, pronto pudo recordar como eran esas piernas, fenomenales, gracias a fotografías en minifalda. Y en esta foto, en la que estaba descalza, se apreciaban los pies, delicados. Al lado de los de Gustavo, hacían que é pareciese que tenía las enormes y toscas zarpas de Pedro Picapiedra y ella los minúsculos y finos pies de Wilma.
¡Oh, aquí venía algo bueno! Fotos en la playa. Clic. Aquí pudo descubrir algo que no había visto en la fiesta en que la había conocido. Tenía una cintura preciosa, una concavidad perfecta, con un vientre perfectamente plano y una espalda bronceada e impoluta. Clic. Sobre el hombro izquierdo, una pequita juguetona. Al final de la espalda, un trasero pequeño, firme y respingón, tal como correspondía a un cuerpo tan exactamente diseñado como el suyo. Clic. Y, una de las partes por las que ella sabía que era más apreciada, tal como bromeaba en la fiesta. Unos senos perfectos, del tamaño, la forma, la consistencia, la presencia, el volumen adecuados. Eran perfectos para ella, y su tamaño relativamente grande para una chica menuda era tan armonioso que parecía imposible que fuese así. A su lado, el resto de amigas que posaban en bikini para las fotos parecían tener una especie de extrañas jorobas adosadas al tórax.
Gustavo se pasó la mano por la larga melena, que se le desparramaba ante los ojos, y la llenó de salsa Chipotle, pero no se dio cuenta. Eructó, todavía con los ojos fijos en la figura de Selene, que en esta foto corría hacia las olas, riendo y salpicando, hacia un fotógrafo que ya estaba en el agua.
Esa chica era la perfección hecha carne. No demasiada, no demasiado poca, la medida exacta y en los lugares y de las formas adecuadas. Era mejor de lo que había recordado, de lo que había imaginado. Hizo la botella de Sprite a un lado que, vacía, cayó con estrépito al suelo. Gustavo miró el número de la esquina de la foto, que le indicaba cuantas le quedaban por mirar. Más de mil. Pocas veces había estado tan feliz.
Clic.
En las siguientes seis fotos, Selene aparecía disfrazada de Elvis Presley, con el pelo recogido en un enorme tupé, patillas falsas, las gafas de sol características del Rey del Rock y un su icónico vestido blanco con volantes y escotado. Resultaba extrañamente sexy.
Clic.
Después, una fotografía de baja resolución, tomada con un teléfono. La amiga con quien posaba no conseguía parecer más que un amasijo de Pixels.
Clic.
Y, de pronto, una foto de niños pequeños. Era vieja, analógica, y alguien la había escaneado. Miró el álbum: Fotos Colegio Santa Amelia. No conseguía reconocerla... Gustavo buscó a Selene entre las etiquetas. Había estado todo el tiempo en el centro de la foto.
Era la niña obesa.
Un retaco gordo y grasiento, de proporciones no muy distintas a las de él mismo. Los ojos, azules, parecían hundidos en un rostro hinchado. Las mejillas, descontroladas, intentaban ahogar toda la preciosa mandíbula, y solo la punta del mentón conseguía escapar del abrazo de los carrillos y la papada.
Gustavo pulsaba la tecla "siguiente", con ojos desorbitados. Clic. Clic. Clic. La niña de pelo grasiento. La niña capturada en una torpe postura mientras imitaba a las Spice Girls. La niña Que se secaba la frente brillante con la manga de la bata.
Gustavo no podía creerlo. Esa chica había sido horripilante. Había sido horrorosa. Había sido como él.
Y ahora era perfecta.
Sintió un extraño sentimiento de hermandad, una peculiar calidez, un atisbo de esperanza.
Ya se habían acabado las fotos de infancia, y volvía a ver a la mujer imponente en que se había convertido ese ogro.
Observó los ojos.
Observó la sonrisa.
Observó las curvas.
Le quedaban más de novecientas fotos por mirar. Con un bostezo, volvió a su página inicial de Facebook. Comió distraidamente las migajas de taco que le habían quedado pegadas a la camiseta cuando vio que "Cristina Simón ha sido etiquetada en el álbum Fiesta de la espuma
Se olvidó de Selene.
Clic. Clic. Clic.
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