jueves, 17 de septiembre de 2009

El peso

-¿Qué te pasa, hijo? Te veo deprimido...
-Nada... Solo... Que he vuelto a engordar.
-Bueno, bueno, ya verás, te haré una dieta que...
-¡No sirve de nada! He estado dos años de dieta, he bajado de peso... y lo he vuelto a recuperar.
-Bueno, ¡Si pudiste hacerte bajar de 101 kilos a 90 una vez, podrás volver a hacerlo!
-Y esta vez tendré que estar más tiempo... Que horror.
-¿Más tiempo? ¿Es que pesas más de los 101 kilos que habías llegado a pesar?
-Sí...
-¿Cuanto pesas, hijo? ¿Cuanto?
-He llegado a los 113.
-¡113! ¡Has superado los 110! ¡Qué buena noticia! ¡Papá, ven aquí!
-¿Buena noticia por qué? ¿Por qué llamas a Papá?
-¡Más de 110 kilos! ¡Es el peso óptimo! Tú no te muevas.

Y, después de veinte años, Papá pudo usar al fin el cuchillo que había llevado a todas partes desde el nacimiento de su hijo. Bon appetit.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Facebook

Gustavo pegó un mordisco al enorme taco que se había hecho traer del mexicano de la esquina. Masticó, ruidosamente y relamiéndose las cerdas gruesas del bigote, iluminado a penas por la luz de la lámpara del escritorio. La que de veras permitía verle era la de la pantalla del ordenador, blanco azulada, que ocultaba sus pequeños ojos amarillentos al reflejarse en las gafas grasientas.
Antes de volver a agarrar el ratón, se secó distraidamente los dedos en la camiseta negra de propaganda de Jack Daniels, que en hombres más apuestos podía proporcionar un look atractivamente pendenciero de rebelde nocturno pero que a Gustavo como mucho lo podía hacer parecer un enorme barril de Whisky.
Como de costumbre, tenía el Facebook abierto. Clic. Clic. Clic. Siempre abierto.
Una vez le había llegado la solicitud para unirse a un grupillo llamado "¿Por qué me agregas al facebook si luego ni me saludas por la calle?". Entró, y pudo ver que prácticamente todos sus contactos se habían unido. La gente parecía usar el Facebook para apretar sin ton ni son botones de "hazte fan", "escucha un consejo de...", "Qué tanto conoses a tus compadres?"... Y, por lo que parecía, a los de "aceptar" debajo de las peticiones de amigo.
Porque de todos esos contactos suyos, indignados ante la gente que "los agrega al facebook pero no los saluda por la calle", solo habría dos o tres que saludarían a Gustavo ya no por la calle sino atrapados en una balsa de salvamento enmedio del Océano Pacífico.
Pero Gustavo se alegraba. Clic. Clic. Clic. Mandaba peticiones de amistad a antiguas compañeras del colegio a las que rastreaba, alumnas de su misma clase en la carrera, vecinas, chicas con las que había coincidido casualmente alguna vez...
Y ellas aceptaban.
Todo el mundo usaba el Facebook a lo loco, pero Gustavo... Gustavo no. Él sabía lo que hacía.
Volvió a morder el taco, y una parte de la carne triturada se escapó por un lado y le pringó la mejilla y parte de la perilla. Se secó con el reverso de la mano antes de seguir navegando. Clic. Clic. Clic.
Esas chicas del facebook tenían algo más en común, además de aceptar como a "amigos" cibernéticos a seres grotescos como Gustavo. Eran, en palabras del internauta obeso, "bonitas". Y, como amante de la belleza, Gustavo se dedicaba a observarlas. Facebook era un libro abierto a sus vidas. O, mejor dicho, un álbum de fotos abierto.
¿Que "Elena Salgado ha sido etiquetada en el álbum A la playuki!"?
Clic. Clic. Clic.
¿Que "Sandra Artós ha publicado el álbum Cena en casita ?
Clic. Clic. Clic.
¿Que "Maria Sedal ha cambiado su foto de perfil"?
Exactamente: Clic. Clic. Clic.

Pero hoy era distinto. Lo había sido desde esa mañana, cuando ELLA lo había aceptado como ciberamigo. Selene DuPrez. Había coincidido con ella en una ocasión, en la fiesta sorpresa en la que necesitaban a gente para hacer bulto y lo habían invitado a él. Esta chica, pionera del Facebook, tenía la colección más grande de fotografías que Gustavo había visto en su larga vida de voyeur cibernético. Hasta ese momento, la chica con más fotos había sido Carla Juñer, con setecientas. Selene tenía más del doble.

Esa mañana, por alguna razón, Selene le había aceptado su solicitud de amistad. Disparado, se dirigió hacia su página de perfil, y sin perder el tiempo en buscar álbumes, pulsó "Ver fotos de Selene", un compendio de todas las fotografías colgadas en Facebook, por cualquier usuario, en las que ella apareciese.
Y, siguiendo una vieja tradición internauta, en vez de fotografías, consiguió que apareciese un mensaje de error. "¡Ups! La fotografía no puede mostrarse porque nuestros servidores están saturados. Prueba de nuevo en unos instantes".
Esos instantes se convirtieron en horas.
Horas terribles.

Esa chica había obsesionado a Gustavo desde el la noche en que la conoció. Esa noche no se apartó del grupito donde estaba ella, aunque no se atrevió a decirle nada por timidez. Solo la observó. Rió cuando reían. Bebió cuando bebían.
Y acabó por los suelos, porque eso significaba beber todo el tiempo.
Gustavo se tuvo que conformar con observar su foto de perfil. En un ángulo extraño, su cara, rodeada de algunos colores emborronados por la velocidad de un movimiento. Después de mucho pensarlo, Gustavo decidió que parecía una foto tomada desde arriba mientras ella giraba sobre si misma con un vestido de colores. Era raro, pero no sabía qué podía ser sinó.

Tanto tiempo estuvieron no disponibles los álbumes de fotos de Selene que Gustavo incluso se planteó, por un instante, escribirle algo. En todo el tiempo que había tenido Facebook, no le había escrito nada a nadie. Era una locura. Pero es que esa chica lo volvía loco. La verdad era que, cuando miraba fotografías de otras ciberamigas, siempre las comparaba con esa chica a la que había visto brevemente una noche. Cuando, por la calle, se cruzaba con alguna desconocida atractiva, siempre lo era en relación a Selene. Cuando alguna mujer lo besaba en sueños, ella no respondía más que al exótico nombre de Selene DuPrez.
Se habría atrevido a decir que estaba enamorado de ella si fuese posible enamorarse con el pene.

Entre intento e intento, la única fotografía de ella que podía ver era esa fotografía en que giraba sobre sí misma. Alegre, sonreía, con los ojos medio cerrados. Claros, casi azules, los iris miraban hacia el objetivo de la cámara, enmarcados por una espesa fila de pestañas largas y oscuras. Encima, protectoras, dos finas cejas de un color lo bastante oscuro como para que los ojos adquiriesen un resplandor mágico, un tono acuoso imposible de encontrar en ninguna agua del mundo. Y, Gustavo los recordaba bien, aunque no hubiesen estado entrecerrados, habrían sido ligeramente almendrados, lo que hacía que, de algún modo, siempre pareciesen sonreir.
Debajo, una nariz pequeña y respingona, del color moreno que cubría todo su cuerpo. A sus flancos, unas graciosas mejillas que coronaban la bella sonrisa. Y, para sostenerlo todo, la fina barbilla, lisa, perfectamente esculpida, en linea con el resto del cuerpo estilizado y cincelado a la perfección. Pero ese cuerpo no se veía en la foto de perfil, sólo se podía disfrutar de su rostro, fenomenal, y del pelo castaño, suelto y al vuelo gracias a la vuelta congelada a base de cámara fotográfica.

En un momento determinado, se le ocurrió algo. Esa foto, en pleno baile, con Selene radiante de felicidad, tomada desde lo alto... ¿Quizás la había tomado un novio? ¿Un novio fotógrafo, a lo mejor?
Lo imaginaba, de mentón cuadrado, barbita de tres días, a la moda, alzando la cámara con uno de sus brazos lustrosos y palpitantes de músculos. "Sonríe" le dice a ella, que está haciendo este baile infantil en privado. "¡No, tonto, no me hagas fotos ahora!" rie ella mientras deja de girar y se lanza contra su cuerpo desnudo. Porque, ahora lo entiende, esa tela de colores no es ni un vestido ni un poncho. Es un edredón, y ahora ambos se cubren con él en un abrazo, ocultando el cuerpo poderoso y de piedra del novio y la perfección menuda de ella.
Aunque, no, Selene es bajita, y no hace falta ser un novio enorme para hacerle una foto desde lo alto. Podría habersela hecho cualquiera. Una amiga, incluso su padre, o su hermano.
Mirando los álbumes de otra gente, había visto a las chicas enroscadas entorno a sus novios, besándolos, queriéndolos, inculso en alguna ocasión había fotografías, siempre de las caras risueñas, siempre de aspecto inocente, tomadas en una evidente desnudez de ambos. Pero nunca había sentido celos, solo el odio sordo y amargo que sentía por quienes vivían vidas felices y normales.

Y esa noche, por fin, cuando se sentó ante el ordenador con la cajita del restaurante Mexicano por abrir y con una botella de dos litros de Sprite por estrenar, las fotos de Selene volvieron a estar disponibles. Se abalanzó sobre ellas como una bestia hambrienta. Y, masticando sonoramente la comida, sorbiendo grandes cantidades de gaseosa al limón entre gruñidos, Gustavo la devoró también con la mirada.

Clic. Clic. Clic.

Ese cuerpo, pequeño pero no escuálido, de músculos fuertes pero no masculinos, listos para saltar a la acción, como un resorte... Como una mujer lasciva ante un fornido gigoló, Gustavo recorría con las pupilas todos los pequeños relieves de sus brazos, visibles en esta serie de fotografías tomadas en los jardines de su universidad. Con avidez, casi podía sentir el relieve de esa cara que tanto había mirado ese día, aunque por fin en posiciones distintas, desde ángulos normales, pudiendo ver las orejas pequeñitas y adorables, el cuello largo y refinado...

Clic. Clic. Clic.

Como no estaba mirando un álbum completo sino la colección de todas las fotografías en que ella aparecía, pronto pudo recordar como eran esas piernas, fenomenales, gracias a fotografías en minifalda. Y en esta foto, en la que estaba descalza, se apreciaban los pies, delicados. Al lado de los de Gustavo, hacían que é pareciese que tenía las enormes y toscas zarpas de Pedro Picapiedra y ella los minúsculos y finos pies de Wilma.

¡Oh, aquí venía algo bueno! Fotos en la playa. Clic. Aquí pudo descubrir algo que no había visto en la fiesta en que la había conocido. Tenía una cintura preciosa, una concavidad perfecta, con un vientre perfectamente plano y una espalda bronceada e impoluta. Clic. Sobre el hombro izquierdo, una pequita juguetona. Al final de la espalda, un trasero pequeño, firme y respingón, tal como correspondía a un cuerpo tan exactamente diseñado como el suyo. Clic. Y, una de las partes por las que ella sabía que era más apreciada, tal como bromeaba en la fiesta. Unos senos perfectos, del tamaño, la forma, la consistencia, la presencia, el volumen adecuados. Eran perfectos para ella, y su tamaño relativamente grande para una chica menuda era tan armonioso que parecía imposible que fuese así. A su lado, el resto de amigas que posaban en bikini para las fotos parecían tener una especie de extrañas jorobas adosadas al tórax.

Gustavo se pasó la mano por la larga melena, que se le desparramaba ante los ojos, y la llenó de salsa Chipotle, pero no se dio cuenta. Eructó, todavía con los ojos fijos en la figura de Selene, que en esta foto corría hacia las olas, riendo y salpicando, hacia un fotógrafo que ya estaba en el agua.

Esa chica era la perfección hecha carne. No demasiada, no demasiado poca, la medida exacta y en los lugares y de las formas adecuadas. Era mejor de lo que había recordado, de lo que había imaginado. Hizo la botella de Sprite a un lado que, vacía, cayó con estrépito al suelo. Gustavo miró el número de la esquina de la foto, que le indicaba cuantas le quedaban por mirar. Más de mil. Pocas veces había estado tan feliz.

Clic.

En las siguientes seis fotos, Selene aparecía disfrazada de Elvis Presley, con el pelo recogido en un enorme tupé, patillas falsas, las gafas de sol características del Rey del Rock y un su icónico vestido blanco con volantes y escotado. Resultaba extrañamente sexy.

Clic.

Después, una fotografía de baja resolución, tomada con un teléfono. La amiga con quien posaba no conseguía parecer más que un amasijo de Pixels.

Clic.

Y, de pronto, una foto de niños pequeños. Era vieja, analógica, y alguien la había escaneado. Miró el álbum: Fotos Colegio Santa Amelia. No conseguía reconocerla... Gustavo buscó a Selene entre las etiquetas. Había estado todo el tiempo en el centro de la foto.

Era la niña obesa.

Un retaco gordo y grasiento, de proporciones no muy distintas a las de él mismo. Los ojos, azules, parecían hundidos en un rostro hinchado. Las mejillas, descontroladas, intentaban ahogar toda la preciosa mandíbula, y solo la punta del mentón conseguía escapar del abrazo de los carrillos y la papada.

Gustavo pulsaba la tecla "siguiente", con ojos desorbitados. Clic. Clic. Clic. La niña de pelo grasiento. La niña capturada en una torpe postura mientras imitaba a las Spice Girls. La niña Que se secaba la frente brillante con la manga de la bata.

Gustavo no podía creerlo. Esa chica había sido horripilante. Había sido horrorosa. Había sido como él.

Y ahora era perfecta.

Sintió un extraño sentimiento de hermandad, una peculiar calidez, un atisbo de esperanza.

Ya se habían acabado las fotos de infancia, y volvía a ver a la mujer imponente en que se había convertido ese ogro.

Observó los ojos.

Observó la sonrisa.

Observó las curvas.

Le quedaban más de novecientas fotos por mirar. Con un bostezo, volvió a su página inicial de Facebook. Comió distraidamente las migajas de taco que le habían quedado pegadas a la camiseta cuando vio que "Cristina Simón ha sido etiquetada en el álbum Fiesta de la espuma".

Se olvidó de Selene.

Clic. Clic. Clic.

martes, 15 de septiembre de 2009

Pareja

-Mira, cariño, ¿Te gusta como me queda esto?
-Claro que sí, Hernán. En realidad, es exactamente igual que uno de tus tejanos anteriores.
-Cierto... ¡Solo que tres tallas más pequeño! ¿No crees que, aunque sea igual, me sienta mejor ahora que he adelgazado?
-Es posible, sí.
-¿Es que no sabes por quién he perdido peso? ¿Por quién me he pasado los últimos tres meses yendo al gimnasio y comiendo ensaladas? ¡Por ti!
-¿Cómo? ¿Por qué has...?
-Cuando te oí hablando por teléfono con Pilar, lo entendí todo. ¡Aunque pude vencer tu reticencia a ir a la cama a base de machaconería, tenías un problema con mi físico! Por eso he hecho el régimen, y no he vuelto a proponer que...
-¡Creía que estabas dormido!
-Pues no, acababa de levantarme de la cama y te oí hablando en la terraza.
-Pero... Yo no tenia ningún problema con tu tripa...
-¿Cómo que no? ¡Te oí perfectamente cuando le decías a Pilar que no te gustaba nada el tamaño de una parte de mi cuerpOH DIOS MIO!

lunes, 14 de septiembre de 2009

En busca de una adicción

Cuando era pequeño, mi madre me contó lo malo que era fumar. "No fumes, hijo", me dijo.
Por eso no soy adicto al tabaco.
Cuando era pequeño, me dijo también lo malo que era abusar del alcohol. "No lo hagas, hijo", me dijo.
Por eso no soy adicto a la bebida.
Del mismo modo, mi madre me explicó bien explicado el peligro que entrañan el resto de drogas que circulan por el mundo. "No te drogues, hijo", me dijo.
Y por eso no soy drogadicto.
También me explicó que había personas que acababan dependiendo de los juegos de azar, y me dijo "No apuestes, hijo".
Por eso no soy adicto al juego.
En cierta ocasión, preocupada, leyó que había niños nipones que se encerraban en sus cuartos pegados a una videoconsola y, preocupada, me prohibió jugar entre semana. "No juegues demasiado a videojuegos".
Y por eso no soy adicto a las videoconsolas.
Lo mismo ocurrió con el televisor, con las compras, con el sexo, con el miedo por la seguridad, con mi aspecto físico.
Y no soy ni teleadicto, ni adicto a las compras, ni adicto al sexo, ni paranoico ni vigoréxico ni anoréxico.

Aunque no fue culpa de mi pobre madre, soy terriblemente vago. Por ello, no soy adicto al trabajo, ni al deporte, ni a nada que implique un esfuerzo.

Lo que sí me dijo mi madre, ya desde pequeño, era que crecería, que me haría bien fuerte, que era un buen niño. "Cómete todo lo que tienes en el plato, venga, hijo", me dijo.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Citas veraces, aunque inventadas.








"Tu lo que tienes que hacer no es adelgazar, es hablar con chicas."

--Dicho de forma fragmentaria o diferente en múltiples ocasiones por personas múltiples--

miércoles, 9 de septiembre de 2009

hrm

No se me ocurre como animar a mi hermana ante la perspectiva de tener que llevar gafas porque lo unico que me viene a la cabeza es "de mayor serás como una bibliotecaria sexy!"

martes, 8 de septiembre de 2009

The Winner Is v=i2dKs0BPc5c


Colgada del marco de un cuadro, en la pared, languidece. Al menos su compañera, la banda de Mister Amigo Revelación, pereció en plena fiesta, como consecuencia de un fingido Striptease... Lo adecuado para lo que premiaba.
Los que antaño hubiesen decidido entregarla, a ella, que tan en serio se tomaba su trabajo, a ese indeseable debían estar de broma, o muy engañados, porque el tal "Mister Simpático" no les había visto, ni hablado, ni llamado desde que lo perdieran de vista hacía unos meses.
Ni siquiera había ido un día a tomar un café con alguno, cualquiera, de ellos.

En realidad, no había ido nunca en su vida a tomar un café con nadie.


¿Qué clase de Mister Simpático era?

lunes, 7 de septiembre de 2009

S's-S-S

El despacho era pequeño, como el resto del piso que ocupaba esa productora.

He estado hablando con un par de hombres particulares, que a la vez me resultaban cercanos y extraños. Uno tenía los ojos muy azules. El otro fumaba pipa, y al verlo he pensado a la vez "mola" y "fumar en un despacho es ilegal".

Y sobre la estantería, con ojos muertos, tres Lunnis nos observaban.

Pero, al fin y al cabo, sus ojos siempre han sido ojos muertos.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Érase una vez...

Los pies no sabian dónde estaban, y no sólo porque habían cambiado de situación geográfica a una velocidad mucho mayor de la que hubiesen podido llevar por sus propios medios. Tampoco era por el ligero cambio horario, claro. Lo que sí sabían, pese al entumecimiento causado por el dolor de andar horas y horas por la capital del Empire, es que no tenían nada que declarar. Tiraron por el camino marcado con el simbolito verde, y las puertas automáticas, opacas, se abrieron. O, tal vez, ya estuviesen abiertas, para dejar paso al viajero anterior. El caso es que los pies estaban por otra cosa, la verdad, pues la sensación de falanges, tarsos y metatarsos arremolinados en un amasijo de dolor ya era suficiente para distraerlos de la tarea de seguir andando.

Manuel, el encargado del pie Derecho, sudaba conectado a sus aparatos. Habían sido unos días muy duros, ya cada vez que llegaba su relevo, Jose, sentía como si su cuerpo, de pronto, se transformase en gelatina. Alivio y alegría brotaban de lugares ocultos, que no era consicente de conocer, y una sonrisa le deformaba el rostro cansado.
Tuvo que esperar aún unos minutos hasta que el hombre, tan gordo y calvo como él mismo, se enchufase al segundo terminal. Sólo entonces podría ceder el control y liberarse de esa carga tan pesada.
Con una toalla al cuello, se montó en el ascensor. "¿Zona residencial", pensó, "O voy a pasar un rato al bar?"
Se decidió por lo segundo, y el ascensor ascendió rápidamente, aunque las instalaciones de la pierna derecha estaban maltrechas, pese a las obras quirúrgicas a las que se había sometido la estructura en más de una ocasión, y el traqueteo podía asustar a quien no estuviera acostumbrado. Pero Manuel, Manolo para los amigos, no era precisamente un principiante.

En el bar, se sentó al fondo, en su mesa de costumbre. Las caras eran todas conocidas, otros encargados destrozados por un día de trabajo que siempre coincidían en el bar... pero estaban tan cansados que la relación social era algo raro.
Cuando se percató de que había llegado, Julián, el encargado de mantenimiento de la Piel, se le acercó con dos cervezas y ganas de cháchara... cómo se notaba que era un vago, y que descuidaba su trabajo. Pero era así... ya en el colegio había sido un manta, y él mismo había sido solo marginalmente mejor estudiante. Los buenos de verdad eran Serafín, o Gabriel, que actualmente se encargaban de las Manos, o Germán, que actualmente estaba en la cabeza...
De lo que les había servido. Su trabajo, sí, tenía más prestigio que el de ese desgraciado que se sentaba dos mesas más allá, un tal Muñoz, que estaba subcontratado para encargarse del crecimiento de las uñas, o del trabajo mismo de Manuel, por muy importante que pudiese resultar en el día a día la capacidad de andar. Serafín y Gabriel estaban cargadísimos de trabajo, siempre cambiante, siempre agotador... El ente utilizaba mucho las manos. Dibujaba, escribía, se rascaba continuamente en una serie de tics nerviosos agotadores, se mesaba la barba...
Y el pobre Germán, encargado del cerebro. Ese no paraba nunca, y no sólo enviava señales al resto del cuerpo, sino que recibía las que le mandaban desde todos los sectores. Sed, hambre, sensaciones táctiles, sentimientos, recuerdos, picores... un flujo continuo de mensajes que le llegaban directamente a las sinápsis mediante los aparatos a los que estaba conectado.
Pobre Germán. Él no podía librarse del dolor de pies cuando llegase el relevo... lo sentía, estuviese quien estuviese en los Pies, y además notaba el cansancio de la espalda, el picor de la cabeza, la pequeña quemadura en el dedo anular...

Manuel ni se hacía una idea aproximada de lo que era estar en el cerebro del ente. Atrapado, flotando en una cápsula de líquido nutritivo y oxigenado (en el que, por desgracia, también tenía que defecar) y cubierto de cables que lo perforaban hasta la médula. ¿Quien iba a pensar que Germán, ese estudiante modelo de grandes ojos y pelo rizado, se iba a convertir en el amasijo de carne arrugada y pelona que se revolvía en la sección más importante del cuerpo?
Recibía los pensamientos del ente, sus sentimientos, sus procesos subconsicentes, sus percepciones, sus recuerdos, sus deseos... Y, en realidad, todo. El sonido de la terminal del aeropuerto. El peso de la maleta, rodando detrás de él. El olor sudoroso de sus amigos, compañeros de viaje. La masa que forma la muralla de personas que han venido a buscar a quienes han llegado a la ciudad.
De la zona pensante del ente, le llega el pensamiento: "Pero nadie nos ha venido a buscar a nosotros". Lo sigue una ligera tristeza, que se une a la causada por el fin del viaje y el cansancio. Y Germán las siente, como si fuesen suyas.
Siente también que juguetea durante unos instantes con la idea de bromear sobre el tema y hacer ver que alguien los ha venido a buscar, saludando, pero se contiene. Uno de sus amigos hizo el mismo chiste en el viaje de ida.
Y, de pronto, de los ojos le llega la imagen de una persona conocida, aunque su movimiento, tanto por la trayectoria como por la velocidad, además de por lo inesperado de la aparición, le sorprenden.
Es la entidad 1914-M, conocida como "Maria", que llega saltando a enorme velocidad para lanzarse en brazos de su novio, uno de los amigos y compañeros de viaje, 4171-D, "David", que observa boquiabierto.
Se besan, y Germán siente la sorpresa de su ente, y un pinchazo de envidia. A 4171-D sí le han venido a buscar. Él tiene novia, y está aquí.
Cuando ella se gira y le saluda a él, un pellizco de orgullo añade "Después de a su novio, yo soy el primero al que saluda!"
Proyectando sus sentimientos, decide decirle, riendo, a su amigo que aún está en estado de shock, y que no sabe como reaccionar. Por un instante ha fantaseado con la idea de que su hermano también hubiese ido a buscarle, pero no, está en casa, estudiando. Probablemente por esa razón el ente luego tardase en irse a casa, decidiendo cenar con algunos de sus amigos en vez de ir immediatamente a ver a su hermano.
Otro de los entes compañeros de viaje y amigos llama a otro ente amigo pero no compañero de viaje. Ha venido a buscarlos en coche.

A veces, cuando los impulsos que le llegan son estables, Germán se toma unos momentos para relfexionar sobre su vida, sobre su función. El encargado de un Pie, por poco que haga, recibe los impulsos del pie, y se los manda a él, y hace posible el andar... de forma activa. Un encargado de las manos, en todo momento, debía pilotarlas con habilidad y oficio, para conseguir hacer las complicadas maniobras y fintas que efectúa una mano normal, hasta en el gesto más banal de todos los gestos posibles. Pero él, en cambio, no era más que un receptáculo, un catalizador, un computador entre los distintos sectores del ente y su zona consciente y pensante, su subconsicente y su superego. Él no era más que un enrome cacahuete arrugado y enchufado a un enorme sistema, incapaz de hacer nada, en realidad, pero necesario para que todo pudiese ser hecho.
Volvía a estar pensando en esto, pensamientos negros y depresivos, en el trayecto hacia el coche, pero se le pasaron cuando vio la enorme alegría de 1914-M mientras andaba al lado de 4171-D, como ambos sonreían, embobados, abrazados. La sonrisa que se dibujo en la cara del ente fue de él, pero ni siquiera el mayor experto en el interfaz ente-encargado podría haber descartado que quien rió alegre ante la alegría ajena no fuese Germán, o como mínimo de una mezcla entre el piloto y el pilotado.
La envidia acabó de disolverse cuando llegaron al coche. El ente chófer, normalmente tenso y algo distante, estaba sonriendo, genuinamente contento de recbirlos. Ambos, el ente novia y el ente cochero, estaban empapados de alegría.
Y, de pronto, el ente se sintió muy contento. A Germán le llegó el mensaje de la zona subconsicente.

"Tengo más amigos".

Esa noche, Germán no volvería a pensar en cual era su función.

sábado, 5 de septiembre de 2009

viernes, 4 de septiembre de 2009

Fragmento

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Ayer escribí estas tres páginas de lo que es una novela embrionaria. Pero no me veo con ánimos de darle forma en el poco tiempo que tengo antes de que se me acaben las vacaciones y empiece un día a día que promete ser frenético.
Pero, y eso es lo importante, y no lo que os parece este texto basto y sin pulir... ¿Alguien sabe decirme qué canción estaba escuchando cuando me inventé este planteamiento?


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Miguel Peroni bostezó. Mientras los aparatos gorjeaban y temblaban, observó la fotografía en la pantalla. Un recién nacido, cubierto de placenta, que posaba con el rostro congestionado ante la cámara. “Sergei Olabarre”, según la ficha. Nacido hacía apenas unas horas, hijo de Fernando Olabarre y Vicky Sböjk...Técnicamente, no debía leer nunca las fichas de los pacientes sin saber todavía el resultado de los análisis, pero daba lo mismo, era incapaz de recordar el parentesco de los centenares de individuos que pasaban por su puesto a diario.Por fin, la máquina terminó, y las pantallas más grandes, que hasta entonces habían permanecido vacías, mostraron gráficos y listas de atributos.Comprobó los datos dos veces, realizó un rápido cálculo mental con las cifras de las proteínas y se fijó en los niveles hormonales del bebé, que podían inducir a falsos positivos en alguna de las pruebas. Pero no había discusión posible, su sangre contenía encimas T, signo inequívoco de que en pocos años desarrollaría Nódulos de Takahashi. El niño era un mutante.
Mientras le rugían las tripas, pulsó el botón rojo que ordenaba su inmediata ejecución. Miró el reloj. Si tardaban cinco minutos más, la cena le saldría gratis.

Grabó el correo en que informaba a los Olabarre de que, según el archivo de análisis, sus dos abortos previos y el neonato Sergei habían sido mutantes, y eso significaba que habían perdido el derecho procreatorio por orden del Departamento Estatal de Eugenesia.Presionó el botón adecuado y los datos del ya difunto mutante desaparecieron de pantalla. Los instrumentos de laboratorio, zumbantes al otro lado del cristal, se autolimpiaron, listos para analizar la próxima muestra.
Una fotografía de un embrión abortado acompañaba la ficha de “Masiosare Miller (no-nato)”. Automáticamente, las muestras empezaron a ser analizadas. Miguel se palpó el estómago, ruidoso. Cansado, se reclinó sobre el asiento, que se adaptó a su posición. Se frotó los ojos, y se pasó la mano por el pelo, largo y enmarañado.

Mai no habría dejado nunca que llevase semejantes pelambreras. O una camisa arrugada y mal remendada como la que lo cubría bajo la bata de laboratorio. Pero, según Mai, se encontraban en un matrimonio sin futuro. Y por eso se había marchado, a las colonias, donde “los hombres son hombres y no fracasados sin aspiraciones”.Si solo hubiese sabido esperar un día más...
Pero Mai no había creído, y su falta de fe había atrapado a Miguel en un estado de abandono en el cual su falta de autosuficiencia se hacía más que patente. Pero no desesperaba. Mañana sería un día mejor.

Todavía tenía la figura de Mai ante los ojos cuando recibió una llamada.-Procter & Gamble’s Pizza, –Sonó gris y apagado- le traigo su hamburguesa. ¿Pero esto es un edificio estatal?-No se preocupe, que ahora bajo.
Contrariado, Miguel se quitó la bata de laboratorio. El reloj no engañaba, el repartidor había llegado cincuenta segundos antes de que la comida le fuese a salir gratis.

Se suponía que no podía comer en el laboratorio, pero él siempre lo había hecho y nunca había habido problemas. Cierto, los mandamases advertían de que la presencia de comida cerca del instrumental podía interferir en los análisis, pero... bueno, había calculado que el cristal era lo bastante grueso como para que su hamburguesa pudiese provocar un falso positivo solo en uno de cada cien casos. Y, en todo caso, así adelantaba trabajo. En el tiempo que tardó en comerse el bocadillo, la banana frita y beberse la Coca-cola, analizó a tres abortos, de los cuales ninguno era mutante, por lo que solo le quedarían tres análisis más para acabar la jornada.El cuarto paciente sí lo era, y sus restos fueron cremados al instante. Era el segundo mutante con Gigantoplasia Granulosa que engendraban los “Henderson”, aunque ya tenían un hijo sano, nacido hacía tres años. Todavía podían buscar la parejita, al menos hasta que tuviesen a otro gigante.

Mai y él no habían tenido nunca hijos. Ella era una mujer preciosa, de físico poderoso y gran belleza, pero ni siquiera ello la hacía exenta del riesgo de producir un engendro que doblase cucharas con la mente o atravesara las paredes. Quizás porque Miguel había visto demasiados fetos mutados, su vida sexual también se había visto afectada. Tan pronto como se acercaba al sexo de Mai, sentía el miedo de que un espantoso ser tentacular le atenazase y mutilase, o le hiciese explotar la cabeza, o lo odiase por no ser capaz de hacer feliz a su madre y planease una venganza lenta y dolorosa, plagándole el sueño con pesadillas producidas con sus nódulos de Takahashi. Él sabía que esa fobia era completamente irracional, el vientre de Mai tenía que estar vacío a la fuerza, pues nunca había podido dejarla embarazada, por lo que estaba seguro de que dejaría de tener ese miedo de forma inminente...Si sólo hubiese esperado un día más, seguro que habría podido superarlo, y habrían tenido un hijo bonito e inteligente, con el pelo negro y brillante de ella, sus ojos rasgados, los dientes brillantes, el ingenio agudo de su madre... Y quizás estuviese tan dotado para las matemáticas como él.Pero Mai se había marchado. Si hubiese tenido fe, en vez de soberbia...

Pulsó el botón rojo, que mandó a Terry Smith, de tres horas, a la sala de eutanasia, y apagó el terminal. Se estiró, haciendo crujir los dedos, y, con satisfacción, se despojó de su bata de laboratorio. Alcanzó los envoltorios de la ya desaparecida hamburguesa y los echó en la bolsa de plástico en la que se la habían llevado, pero antes de ello rescató la pequeña galletita de la suerte de su interior. La partió, y desechó la costra sosa y porosa del dulce para quedarse con la notita, cubierta de confitura de habas secas.La lamió, y el papel analizó su saliva. Extrapolando su aura, tal como debía ser, el texto apareció.
Miguel sonrió, animado, y se metió la buena noticia en el bolsillo de la camisa. Ya se sentía con más ánimos para afrontar un nuevo día.

Una de las cosas que le gustaba de adelantar trabajo mientras cenaba, era que así podía salir antes e ir a rezar. Andando, entre las luces encendidas de los comercios y los carteles fluorescentes, pasó por delante de uno de los altavoces de oración que había apostado en una esquina. Un Universario blanco, representante de la manifestación blanca del Universal, la Blanka, cantaba al ritmo de la demo de un teclado Casio mientras los fieles se arremolinaban junto al cubo de micrófonos para intentar hacerse con uno y cantar las alabanzas del Universal. La mayoría eran ancianos, vestidos con ropas raídas y pasadas de moda, mendigos, con atuendos parecidos pero, además, sucios, y otros marginados sociales de poca monta. Los más opulentos de entre los parias compraban algún trago de Sake o algún Peroggi a los vendedores ambulantes que solían rodear los círculos de fieles.Pero Miguel era un funcionario del gobierno, un analista del Departamento Estatal de Eugenesia, y no se mezclaba con esa gente.

Cuando aún estaba casado con Mai, y ella se quejaba si iba a rezar cada día, compraba una tarjeta de datos con las últimas letras de La Canción a alguno de los representantes ambulantes y lo instalaba en el pequeño altar portátil que solía llevar con él. Con auriculares y una pequeña máscara aislante, podía cantar al Universal en el metro sin molestar a los demás usuarios, pero era muy poco satisfactorio.

Ya había llegado al templo que le gustaba, al que antes iba cuando podía y en el que ahora pasaba todas las noches de la semana. El “Graham Temple” era luminoso y espacioso, con las paredes acolchadas y, en general, blancas, aunque podían cambiar a cualquiera de los colores del Universal solo con girar un dial. Alineadas con la pared, se encontraban las mesas y asientos donde los parroquianos se sentaban a escuchar La Canción que los representantes estuviesen interpretando en ese momento, y algunas monjas y otros representantes se encargaban de activar los micrófonos de las mesas y de servir las bebidas.

Miguel se dejó conducir por una monja Flava hacia el interior, a un asiento libre. Era una mujer atractiva, y el mono de monja, amarillo, se le pegaba al cuerpo de forma provocativa. Aunque todo el mundo sabe que una monja Flava no debe tocarse, esta en concreto tenía lápiz de ojos negro sobre el izquierdo, lo cual significaba que le llegaban emanaciones Flavas y Nigras... Y las monjas Nigras eran toda otra cosa.Pero antes de que pudiese hacer nada, se encontró con la mesa en la que había un sitio libre. El otro ya estaba ocupado, y por unos instantes, el corazón le dio un vuelco.Habría podido jurar que era Mai. Tenía su melena reluciente, la piel oscura y tersa, los ojos achinados y el perfil altivo, el cuerpo femenino pero fuerte e imponente, las piernas hipnóticamente largas...Pero no era Mai. Esta mujer era más morena, era algo más voluptuosa, un poco más baja... Y era creyente. Se acercaba con firmeza el micrófono a los labios negros y carnosos, cantando con fervor la letra que aparecía en las pequeñas pantallas de las mesas a la vez que los representantes lo hacían, y sólo paraba para dar algún sorbo de sake azul.

La monja Flavio-Nigra, aunque no sabía exactamente lo que ocurría en la cabeza de Miguel, supo que ya no tendría posibilidad de hacer nada con ese feligrés. Una pena, le había parecido mono, y era evidente que estaba soltero. Además, las emanaciones negras del Universal le estaban llegando con más fuerza que las amarillas desde hacía un tiempo, y si seguía así, dentro de poco pasaría a llevar el estrecho mono de látex negro de las Nigras y el ojo pintado de amarillo. Bueno, mañana tendría más suerte.
Le indicó la butaca, doble, y antes de pedirle lo que iba a beber, un nuevo fiel le llamó la atención con un chasquido de dedos. Captó la lujuria en su aura, así que dejó a Miguel sentado y se marchó.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Ya no sufro por con qué empiezo el blog. He improvisado.

Un montón de gorros, muchos me gustan, no me puedo poner ninguno en la cabeza.
Y es en ella donde está el problema, no en los pobres gorros. Ellos cuelgan, ahí, a la vista, como debe ser.

También hay un paraguas, pero eso no tiene nada que ver con nada.