jueves, 25 de febrero de 2010

El plan de Borja II

Después de esas 19 páginas, en las que me quedé atascado, decidí volver a empezar a escribirlo todo desde cero. Llegué mucho menos lejos:

I.

“Resultado: Eres Zapatilla Peluda. Te gusta quedarte en casa y disfrutar de paz y tranquilidad con los tuyos. Intentas ser amable y considerado, y todo el mundo suele apreciarte por tus maneras educadas y afables. Tienes pocos amigos, pero vuestra amistad es muy profunda.”
A Pablo siempre le había sorprendido lo mucho que atinaban los pequeños tests que hacía en el Facebook, desde “Qué personaje de Star Wars se enamoraría de ti si te conociese” (C3PO) hasta “Qué tipo de ave te representa” (Pollo al ast). Cierto, este que acababa de hacer, “Qué clase de zapato eres” fallaba un poco, pues decía que “tenía pocos amigos y que su amistad era poco profunda”. ¿Si era así, cómo es que, en el Facebook, su numero de amigos era de 916? Incluía a todos sus antiguos compañeros de primaria, de secundaria, de Bachillerato y de la carrera, todos los profesores que había conseguido encontrar, sus vecinos, conocidos ocasionales, médicos, peluquero, parientes en primer, segundo y tercer grado... En fin, Pablo estaba convencido de que esta era demasiada gente como para que el test acertase.
Pero, al fin y al cabo, los cuestionarios no eran más que un extra para pasar el rato. Facebook es una red social.
Entró en su perfil personal, donde nadie le había dicho nada desde hacía muchos meses, cuando *=--Z3rOx--=*, a quien había conocido en internet, le había pasado el link al trailer del nuevo juego de Super Mario. Como cada día, cambió su “estado personal”, la pequeña frase que él usaba para mostrar a todos sus contactos ingeniosas ocurrencias que improvisaba. Tras pensar unos instantes, escribió “Errar es Humano. Herrar es de herreros”. Soltó una risita nasal, regocijándose ante su brillante juego de palabras. Para algo era escritor, ¿No?
De Facebook fue hasta su Fotolog, página que actualizaba a diario con una imagen curiosa y una larga parrafada en que hablaba de su día a día, reflexionaba sobre la actualidad o hablaba de las últimas películas que había visto. Descendió para buscar la zona de comentarios, donde su ingente horda de conocidos con fotolog (478 “amigos/favoritos”) podía comentar la actualización del día. ¡Y, para su sorpresa, hoy sí había un comentario! Una tal ***€$tr€¥tÄ*** le decía: “¡Que linda la pic! Pasate por mi flog y me agregas a FF, yo ya te agregué. Chau!”
Pablo entró en su página. La tal ***€$tr€¥tÄ*** parecía ser una de las típicas buscadoras de “amigos/favoritos”, una quinceañera que disfrutaba haciéndose fotos en bañador y ropa interior, poniendo la cámara tan cerca del techo como pudiese y recibiendo los más variados halagos por la vista aérea de su escote por parte de desconocidos. Desconocidos a los que había captado con mensajes como el del fotolog de Pablo. Pero, por si acaso, la añadió a amigos/favoritos y halagó su escote.
Satisfecho, se levantó con un gruñido para dirigirse hacia la cocina, donde le esperaba un delicioso bocadillo de jamón con queso. O, más bien, los ingredientes que, adecuadamente unidos, se transformarían en esa merienda de pan, lácteos y embutido. Cierto, era ya el segundo que se hacía esa tarde, pero a Pablo no le importaba demasiado, pues, en cuanto a lo económico, sus padres pagaban. Y en cuanto a la línea, ya hacía casi un año que había dejado de pesarse, y en una tienda de cómics cercana vendían ropa de triple y cuadruple XL, por lo que por ahora ya no tenía problemas de tallaje.
Fue una suerte que encontrase esa tienda, porque pese a que no solía salir de casa, le incomodaba tener que hacerlo embutido como una salchicha multicolor en su vieja ropa XXL o envuelto en sábanas a modo de toga o de túnica. Pasó un par de meses yendo a hacer la compra envuelto en el mantel naranja, haciéndose pasar por monje budista. La gente solía sorprenderse un poco, porque la imagen que se tiene de estos monjes no casaba con su físico de dos metros de alto por otros tantos de ancho, la piel ridículamente pálida y cubierta de pelos negros y rizados, la recia barba multicolor y las zapatillas converse de color rojo, que aún podía calzarse porque los pies no le aumentaban de diámetro con el resto del cuerpo. Para él, que siempre había sido tímido, pasearse por el pasillo de los lácteos recitando mantras inventados mientras lo señalaban con el dedo no había sido nada facil, pero fuese como fuese, no iba a quedarse sin comida.
Por suerte, un día no hizo el itinerario de costumbre porque le había parecido verla a ella. A Cris. Se habían conocido en Barcelona, estudiando la carrera. Una muchacha menuda, de pelo rojo y cara menuda con quien había establecido una buena amistad... Y de quien acabó enamorándose. Fue un duro golpe para Pablo cuando, en segundo curso, ella decidió que la carrera de periodismo no la convencía y se marchó a Madrid a estudiar otra cosa. Cuando, un año más tarde, Pablo convenció a sus padres para que le permitiesen dejar a él también la carrera para dedicarse a escribir, no fue causal que propusiese marcharse a Madrid para “concentrarse”. Incluso aunque cuando se declaró, por messenger, la única respuesta que recibió fue “No te ralles”.
Siguió a Cris por las calles de la capital, envuelto en su manto naranja y arrastrando el carrito de la compra, hasta que se paró frente a un escaparate y pudo ver que no era ella. Pero en la otra acera divisó un cartel que lo atrajo como la miel: “Frikis Universales Rossum”.
Como hipnotizado, avanzó por la calzada, haciendo que un par de conductores se saliesen de la carretera para esquivarlo. Uno se metió de lleno en el metro de Madrid, situación que aprovechó para dejar el coche amarrado en el lugar para las bicicletas y comprar un billete, haciendo posible que llegase a tiempo a una importante reunión en la que cerró un trato que le dio millones a su compañía y que a él le valió un importante ascenso, con aumento de sueldo incluido, y todo sin dañar al medio ambiente con los humos nocivos que habría emitido su coche. El segundo conductor chocó contra una farola y se rompió el brazo, pero al menos la comida del hospital no estaba tan mal como esperaba.
Pablo había encontrado El Dorado que hubiesen buscado los conquistadores de haber sido inadaptados, gafotas y amantes de Star Trek y El hombre araña. En la tienda inmensa, cómics de todos los géneros, tamaños y precios se alineaban como un ejército multicolor en estanterías y estanterías. En vitrinas, figuras de superhéroes, miniaturas de Warhammer, peluches de Hello Kitty y Doraemons de importación. Posters de películas de dibujos, de Obi Wan y Qui Gon Jinn, de Milo Manara y Toriyama. Los ojos le brillaban y la boca se le llenaba de saliva, y andaba como un turista que visita Nueva York por primera vez e intenta fijarse la punta de los rascacielos. Pero entonces lo vio, al fondo, y corrió como no lo había hecho en su vida. Besó los calzoncillos de Solid Snake de talla XXXL. Abrazó las camisetas de Tintín de su talla. Se enamoró de pantalones de Naruto que no le apretaban la cintura. Y casi se desmaya de placer cuando vio que unas escaleras descendían hasta otro piso de deliciosas maravillas de fantasía y ciencia ficción. Desde aquel día renunció a gastos menos importantes, como la calefacción, para poder llevarse a casa todos los tesoros de esa cueva de Alí Baba. Raro era el día en que el tendero, el único hombre que pablo había visto nunca más grueso que él mismo, no lo veía aparecer por su paraíso friki para llevarse algún cómic, muñequito o camiseta.

En esos momentos llevaba una de Shazam, roja con un gran rayo amarillo en el centro. Siempre le habían gustado los bocadillos de jamón (mucho jamón) con queso (aún más queso) de pan de molde (aquí si que se limitaba a dos rebanadas), y lo sostenía con una mano mientras, con la otra, cambiaba de canal en el televisor. El bolsillo derecho de su pantalón empezó a vibrar. Se oyó la cancioncilla de los cazafantasmas. Le llamaban.
-¿Hola, papá?
-¡Pablo! ¡Eres un desgraciado! ¡Cómo...! ¡Cómo...! ¡Te voy a matar! ¡Te juro que te mato aunque tenga que ir a Madrid ahora mismo!
-¿Qu...? –no se había dado cuenta, pero el bocadillo ya descansaba sobre el rayo de Shazam y no entre sus dedos.
-¡Pedazo de mierda, no eres más que un hijo de puta! ¡Sabes cuanto hemos tenido que sacrificarnos tu madre y yo para...!
A Pablo se le cayó el teléfono de las manos.
Temblando, pulsó la tecla 3. Luego, el 5. Finalmente acertó, y presionó la de colgar.
Le habían pillado.

II.

A Pablo nunca se le había dado bien orientarse. Cuando todavía vivía en Barcelona, a duras penas sabía los nombres de su calle y de las dos que la cruzaban. Claro, conocía también la Diagonal, una avenida inmensa que atraviesa la ciudad de punta a punta, aunque incluso con ella a veces tenía problemas. Más de una vez había empezado a caminar hacia alguna de sus tiendas de cómics favoritas y había acabado perdido en un pequeño parque a las afueras de la ciudad, en que unos pocos columpios roñosos gimoteaban con el viento. Aunque en esos casos sí que conseguía descubrir cual era la dirección que debía tomar: la misma que la de los quinquis que se agolpaban sobre uno de los bancos del parque. Y era vital tomarla a más velocidad que ellos.
Aquí en Madrid, ni siquiera se había aprendido el nombre de su calle. Era algo relacionado con la religión, pero no sabía bien el qué. Las escasas veces en que salía de su piso, lo hacía para ir al supermercado de un par de manzanas más allá o a Frikis Universales Rossum. Gracias al mapa del Callejero On-line y a seguir a la gente disfrazada, conseguía llegar también a su visita anual al salón del cómic de Madrid. Generalmente al tercer o cuarto intento.
Hoy había salido de casa sin imprimir ningún mapa en línea, sin hombres vestidos de Son Gohan y Wonder Woman que seguir y sin ser siquiera consciente de que lo hacía. Había dejado el móvil en el suelo, vibrando furioso con la canción de los Cazafantasmas repitiéndose una y otra vez, y se había marchado, casi hipnotizado.
Ahora despertaba, sentado en un banco garabateado. No había perdido el tiempo, eso seguro, pues en la mano conservaba todavía los envoltorios de varios bocadillos, perritos calientes y hamburguesas. Pablo no lo sabía, lo que pasaba en el mundo real le interesaba a duras penas y solo porque allí era donde vivían sus dibujantes y actores favoritos, pero esos días se celebraba el XI Simposio Transnacional de Empresarios Móviles o Ambulantes Latinoamericanos y Orientales (XI S.T.E.M.A.L.O.) . No solo Pablo, sino nadie, sabía el por qué ese Simposio se celebraba en España y no en alguno de los países interesados.
A Pablo no le importaba. El banco en que estaba sentado daba a unos pocos columpios roñosos que gimoteaban con el viento. Al otro lado, aunque aún no lo habían visto, un grupo de quinquis se agolpaban sobre un banco, fumando y bebiendo cerveza.
Sin apenas tiempo para sentir una punzada de nostalgia por su ciudad natal, Pablo se dejó caer hasta el suelo y, una vez allí, se escabulló por los arbustos. Se trataba de plantas bajas y espesas, por lo que el impresionante trasero de Pablo removía el follaje a diestro y sieniestro. Eso le preocupaba, se temía que las plantas estuviesen habitadas por insectos, a los cuales perturbaría al culearlos. Un escalofrío le recorrió la curvada espalda sólo con pensar en las arañas que podían vivir entre las hojas. Los insectos le asqueaban, y las arañas lo que le producían era pavor. Aunque al menos en Madrid los parques eran grandes, si llegaba a intentar poner el práctica esa estrategia en el parque de Barcelona, a esas alturas ya estaría reptando por la calzada o pegado a algún parachoques.
Pero quizás el parque era un poco demasiado grande. Ya hacía veinte minutos que se arrastraba sufriendo por si alguna araña se le colaba dentro del pantalón y empezando a temerse que quizás podía encontrarse alguna rata correteando entre las raíces. Podría haberse levantado para ver por donde iba, pero temía haber estado yendo en círculos y encontrarse de nuevo ante los columpios y los chungos del banco. Si al menos hubiese tenido a su portátil Scarlett consigo podría haber contado su situación y pedido consejo en algún foro. En el de Ocioguay seguro que alguno de los usuarios le podría aconsejar. “Agutxi”, por ejemplo. O “Dake Desu”. Pero el ordenador, con su módem bla bla y su divertido fondo de pantalla de los Lemmings, seguía en su escritorio, y él estaba perdido. Y, de pronto, entre el aroma a tierra, hojas y polvo que lo envolvía, su nariz captó un olor. Palomitas calentitas, recién hechas.
Cerró los ojos. Pablo no se sabía orientar, pero su olfato nunca había querido darse por aludido, y como un ratón en un sombrero de chef, empezó a tirar de brazos y piernas, arrastrando a gatas el inmenso corpachón, siguiendo el rastro crujiente y amarillento que percibía con tanta claridad como el trasero el roce de las ramas y los dedos la aspereza polvorienta de la tierra. Sentía la fuerza de la goma atrapándole los dedos de los pies y el talón en el blando envoltorio de tela que eran las Converse rojas. Sentía los tejanos, réplica de talla XXXL de los que llevaba Peter Parker en Amazing Spider-Man número 13, rascando contra las rodillas. La camisa, pegándosele a las axilas por culpa del sudor que le provocaba todo este ejercicio improvisado. Y, de pronto, el impacto del metal sobre su cabeza.
Abrió los ojos. Se encontró a los pies de un gran carrito rojo de palomitas como los que había visto algunas veces en parques de atracciones. En un cajón de cristal, los granos de maíz saltaban tras explotar deliciosa y saladamente para zambullirse en el mar de esponjosos hermanos crujientes. Con la boca hecha agua, se incorporó.
-Una de palomitas, por favor.
El vendedor, un hombre bajito y cuadrado, se ajustó el delantal con una especie de gesto coqueta y sonrió.
-¿Dulce o salado?
-Salado.
-¿Con mantequilla?
-Sí, gracias.
-¿Queso fundido, cacao en polvo, caramelo?
-¿Qué?
-¿Virutas de chocolate, Curry, Mostaza dulce, pimienta, gruyére fundido, salsa de tomate o Cuca-Monga?
-¿Cuca-Monga?
-Sí, es un invento mío. Una mezcla de flan y de helado de vainilla, con trocitos de pan que...
Pablo le interrumpió bruscamente.
-¡Ya sé lo que es la Cuca-Monga! ¡Pero no la inventaste tu, ladrón!
-¿Cómo, ladrón? –El vendedor miró nerviosamente a los lados- No hay ladrones por aquí... ¡Y la Cuca-Monga sí que es creación mía!
-¡De eso nada! –Las mejillas flácidas y cubiertas de pelo le temblaban de rabia- ¡La inventó mi amigo del colegio, Borja Navas!
El vendedor lo miró unos instantes.
-¿Pablo?
-¡No, Pablo no! ¡Lo inventó Borja! ¡Y no tú, ladrón!
-¡Digo que tu eres Pablo! ¡Pablo Gallo!
-¿Qué tendrá eso que ver, robaideas?
-¡No, hombre! ¡Que soy yo! ¡Borja Navas!
-¿Y encima le quieres robar la identidad a mi amigo? Pienso ir a buscar a un policía ahora mismo y...
-¿Policía? –el vendedor parecía muy alarmado- ¿Pero no me reconoces?
-¡No intentes engañarme! ¡Borja era un chico bajito y fuerte, con la piel morena y los ojos grises! Y llevaba un gran tupé que, aunque era bastante ridículo, le...
Pablo calló, mirando al vendedor. La cara se le iluminó.
-¡Borja! ¡Eres tu! –Se acercó a su viejo amigo para darle un abrazo- ¿Por qué no me lo habías dicho antes? ¿Y qué hay de esas palomitas?

Se sentaron en un banco cercano, con varias bolsas de maíz reventado.
-¿Quieres Curry? –Borja sacó el pequeño botecito de una mochila enorme- ¿Pimienta?
-Mejor no... –mascó, ruidosamente- ¿Qué ha sido de tu vida? La última vez que te vi, fue al acabar cuarto de E.S.O.

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