martes, 20 de octubre de 2009

Entrevista con el quidam.

Me froto los ojos, intentando esconder un bostezo. Es muy tarde para mí, hombre de sueño exigente, pero no había otra manera. Y esta entrevista puede ser crucial, la que me elevase de la categoría de simple plumilla de diario local a respetado periodista internacional.
Sentado en la butaca, está mi amigo. Quisiera hacerle una fotografía, pues su aspecto es interesante, con la piel relativamente pálida sobre el cuero oscuro, ojeando una de las revistas que tenía sobre la mesilla auxiliar. Pero, claro, no serviría de nada, la fotografía aparecería vacía. Mi amigo es un vampiro.
Maldigo interiormente a Anne Rice por haber hecho famosa una novela con el título "Entrevista con el vampiro". Hubiese sido un título perfecto para esta pieza, o incluso para un posible libro, pero claro... Ya no podía utilizarlo.
Si al menos el vampiro se llamase de otro modo, podría haber usado su nombre como título. Pero "Severino" no es ni exótico ni romántico, y no evoca más que casposos bigotillos franquistas o ancianos decrépitos y marchitos.
Y ese no es precisamente el aspecto de Severino. Es muy delgado, y ahora viste su sencillo traje a cuadros, propio de un profesor poco estiloso o un oficinista que viste de saldos. Lo cual es lógico, pues antes de ser vampiro, había sido profesor de primaria en un pequeño pueblo de interior.
Me siento en el sofá que hace ángulo con la butaca y sorbo algo de café, caliente y humeante.
-Mmh, huele bien. -Dice Severino, apartando la revista. -A veces me pregunto por qué no harán perfumes con el aroma del café recién hecho.
Le sonrío mientras pongo una grabadora sobre la mesilla. La verdad es que odio hacer las entrevistas con grabadora, pero en este caso el testimonio sonoro podría ser interesante para vender la historia. Desde luego, si grabar con una cámara a Severino fuese posible, lo habría preferido. Pero en fin. Lo que no haré será renunciar a tomar notas en una de mis fieles libretas.
-Te agradezco de nuevo que accedieras a hacer esta entrevista, Severino.
-¡No es nada, Carlos! Además, sabes que agradezco la compañía... durante el fin de semana, todo bien, pero entre semana todo el mundo tiene que dormir. Y como ni siquiera puedo quedar para ir a cenar con nadie, pues acabo viendo la película de turno en el plus.
-Hombre, la verdad es que si he conocido a un cinéfilo, ese eres tú.
-Bueno, pero al final uno se cansa de ver una película cada noche... Y, además, el problema del plus es que tengo que pegar cinta aislante en la esquina de la pantalla.
-¿Cómo? ¿Eso por qué?
-¡Para tapar el logo! ¿No ves que es una cruz? Y si pongo la tele un minuto antes de la película, o uno después, los anuncios con el logo de las narices me pegan unos sustos...
Un vampiro que se asusta de la televisión. Vaya forma de empezar la entrevista. Lo que de verdad me interesa es conseguir alguna culebronada a lo Crepúsculo, o un relato de refinado terror como el de Drácula... O quizás una trágica historia de origen. Sí. Por eso es por lo que le voy a preguntar ahora.
Severino sonríe de nuevo, y fija los iris rosados, casi blancos, en la ventana y en el pasado. Lo observo mientras recuerda. Tiene el cuerpo blanco y chupado, como un guante de látex que se ha hinchado y deshinchado demasiadas veces, pero el blanco absoluto de su piel lo interrumpe un completísimo mapa del sistema circulatorio humano, profundamente granate, que casi se diría que se puede ver estremecerse con el paso de la sangre densa y oscura. Después de unos instantes, vuelve a fijar la vista en mi.
-Todo esto pasó hace ya muchos años... Yo ya era un anciano profesor de primaria, allá, en el pueblo. Don Severino, estricto pero benévolo, respetado por todos, querido por muchos... tenía una buena vida, sí señor. Pero, claro, entonces pasó lo de Cris.
-¿Cris? ¿Quién fue? ¿Un romance perdido? ¿Quizás una amada, víctima de un malvado vampiro del que solo se podía vengar abrazando su pervertida naturaleza?
-¿Qué? No, no, nada de eso. Cris es el diminutivo de Cristóbal Moreno. Había sido alumno mío en el colegio, pero justo cuando empezaba el curso dejó de asistir a clase.
-¿Murió?
-No, no. Sus padres me mandaron una nota diciendo que ya no asistiría más.
Suspiro. ¿Notas de papá y mamá? Este relato tiene interés para un historiador, quizás, que se centre en los vampiros. ¿Pero eso qué valor periodístico tiene? Sin percatarse de que he dejado de tomar notas, Severino prosigue su relato.
-Y Resulta que una noche, cuando el curso ya se había acabado, la familia Moreno me invitó a cenar. Yo había conocido sobretodo al señor Moreno, pero ya hacía varios años que había muerto. Fue su sucesor, quien se había casado hacía poco con la viuda Moreno, quien me transformó en vampiro.
Rápidamente, hago una extraña línea ondulante que intenta resumir lo que me acababan de contar.
-¡¿Así pues, el vampiro había matado al señor Moreno para quedarse con su señora?!
-¡Oh, no, qué disparate! -Severino rió con su característica voz andrógina.- La señora Moreno conoció a Bartolomeo, pues así se llamaba el vampiro, una noche cuando oyó un ruido fuera de la casa. El pobre, estaba corriendo por los tejados cuando tuvo la mala suerte de fijarse en que los cruces de las calles tenían, precisamente, forma de cruz. El susto le hizo desmayarse y caer justo delante de la puerta de los Moreno.
He vuelto a dejar de tomar apuntes.
-Todo esto y algo más fue lo que me contaron esa noche... ¡Fue bastante sorprendente!
-¿Mmh?
-¡Todos en la familia se habían vuelto vampiros!
-¡Oh! ¿La invitación a "cenar" fue, por lo tanto, una excusa para alimentarse de ti?
-¡Dios mío, no! Como los vampiros no necesitan comida (más que la consabida sangre), calefacción, agua, ni prácticamente nada, los Moreno habían decidido ser todos vampiros. Pero eso significaba que el pequeño Cristóbal no podía ir al colegio. Por eso, me pidieron si podía hacerle clases particulares.
-Ah.
-Y, bueno, un tiempo después de empezar con las clases, Cris me dijo que si no me gustaría ser un vampiro. Y cómo estaba ya muy anciano, los achaques me hacían el día a día cada vez más dificil y, en realidad, estaba a punto de jubilarme, me dije ¡Qué demonios! Y así, después de consultarlo con sus padres, me transformaron en vampiro.
¡No te puedes imaginar qué sensación de purificación que siente uno al vampirizarse!
Vuelvo a estar alerta. Lo que me ha contado hasta ahora es terriblemente aburrido para mis lectores. Pero ahora ya podía ver el titular. "Ser vampiro te purifica el alma". A la gente siempre le ha gustado maravillarse ante la parte positiva del vampirismo, regocijarse ante la simple imaginación de la posibilidad de ser un vampiro aunque nunca pudiesen llegar a atreverse a dar el paso a serlo aunque hubiesen conocido a uno.
-¿Purificación? -le digo- ¿Dirías que ser vampiro te purificó el alma?
-¿El alma? No, no, no me refería a eso.
-¿No?
-No, en realidad es... es como... como una enorme purga.
-Una... purga...
"Ser vampiro es como una enorme purga" no es tan buen titular.
-Sí, sí. De pronto, todos los contenidos de tu cuerpo, todos los líquidos, los jugos gástricos, los excrementos, el sudor, la propia sangre... todo se expulsa. Hay que admitir que es todo un poco asqueroso. Pero una vez uno está vacío y bebe la primera sangre de su no-vida, uno se siente limpio, como una máquina impoluta perfectamente engrasada por la sangre ajena, procesada y purificada para ser una perfecta gasolina que te hace funcionar sin la más mínima mácula.
-Uhm. Ya veo. -tengo que cambiar de tema, a algo con más chicha- ¿Y el hecho de chupar la sangre a la gente no te carga la conciencia?
-¡Oh, nada de eso! Hay gente que cede su sangre a los vampiros a cambio de favores.
-¿Qu...?
-Son pocos, y a ellos les conviene mantener el secreto, pero a cambio de que les hagamos arreglos en casa, les hagamos traslados, nos encarguemos de las plagas o cosas similares, nos dejan mordeles un poco y tomar la sangre que necesitemos.
-Yo... Oye, Severino... Estoy muy cansado, quizás sea mejor que vuelvas a casa y lo dejemos para otra noche. Lo siento, pero esto de no dormir...
-Lo entiendo, no te preocupes, Carlos. Ya seguiremos otro día.
Se despide, amable. Se pone el abrigo, me pide permiso para llevarse la revista que había estado hojeando y le digo que sí, que se la regalo.
-Nos vemos el jueves que viene para la película semanal con Fernando, ¿Eh? -dice al despedirse.
Cierro la puerta, hastiado. Quizás, para el suplemento, en vez de esta entrevista escriba un reportaje sobre esos perritos que bailan en la Rambla...
Al menos será un tema más emocionante.

1 comentario:

  1. 'me pidieron si podía hacerle clases particulares.'

    TIO! catalanismus!

    me preguntaron si podía darle clases partículares, por lo menos, ¿no? ;)

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